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La obligatoriedad del voto es una camisa de fuerza para los ciudadanos y muchos. Lejos de ver en las elecciones una oportunidad de participación democrática, lo consideran una exigencia que no debería existir.

Se argumenta que con el voto obligatorio se garantiza una alta participación electoral y se fortalece la democracia. Pero hay que cuestionar si con esto se promueve realmente un ejercicio consciente y reflexivo de la votación.

Uno de los postulados de la democracia es la libertad de elección, no solamente frente a los candidatos, sino también a la decisión de participar o no en los procesos electorales.

“Que cada voto responda a un análisis a conciencia de propuestas y candidatos”.

Al establecer la obligatoriedad del voto se lleva a muchos ciudadanos a participar sin motivación. También por impulso o solamente porque el certificado es necesario para ciertos trámites.

En estas condiciones, se corre el riesgo de caer en el clientelismo electoral, de votar al azar o de anular el sufragio. Esto puede conducir a una distorsión de la voluntad popular.

La clase política debería debatir la conveniencia de reformar las normas y definir el voto como voluntario o facultativo. Esto con el fin de que la asistencia a las urnas se trate de un ejercicio cívico, un acto de convicción democrática y no de una imposición legal.

Que cada voto responda a un análisis a conciencia de las propuestas y de los candidatos. Se necesita, más que cantidad, calidad de voluntades.

Este es el Editorial de El Diario publicado el martes 13 de agosto del 2024 en nuestra edición impresa.