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Elisa se pasea por dos mundos: en el real es una prostituta , y en el de su cabeza es maestra y madre familia.

En el mundo real camina por el parque Central de Manta a cualquier hora del día, pero no está dentro del estereotipo de lo que es una prostituta. No lleva ropa provocativa ni maquillaje y tampoco está subida en un par de tacones infinitos.

El día que la conocí pasó frente a mí cuando estaba sentado en una de las banquetas del parque Central.  

Por alguna razón decidió sentarse a mi lado y entablar una conversación. ¿Ha visto las llaves de un carro? No, le respondí. Su pregunta no me pareció extraña y pensé que había perdido el llavero.

Sin embargo, apenas le dije que no, empezó con un monólogo que a veces no tenía mucho sentido. En unos segundos me había dejado claro lo importante que era encontrar esas llaves. Eran del carro de su novio que iba a recogerla en unas horas y quien le compraría un celular. También ropa para ella y su niña de cinco años y medio. Pero antes debía encontrar las llaves.

Un segundo después se olvidó de las llaves y esta vez esperaba a su mamá, quien le traería una vianda con comida. Ella la había llamado hace unos minutos por teléfono, aunque Elisa no tenía un celular. La mamá también le llevaría ropa porque el pantalón que tenía puesto estaba roto, a pesar que hace unos minutos había bajado de un hotel con un hombre que le prometió comprarle uno. “Yo me acuesto por plata, soy puta”, dijo de golpe Elisa.

Me contó que empezó en esto hace cuatro años, cuando su hermana que vive en España dejó de enviarles dinero. Con esa plata se mantenían ella, su hija y su mamá. También compraba medicinas para tratar su esquizofrenia, enfermedad que se caracteriza por alteraciones de la personalidad, alucinaciones y pérdida del contacto con la realidad.

Por esta misma enfermedad, una vez que no tenía medicinas por falta de dinero, casi termina ahorcando a su mamá en uno de sus ataques, dijo.

La familia tuvo que intervenir para que la soltara y ella terminó en la sala de emergencias de un centro de salud, donde la inyectaron y le dieron su medicación.


Su monólogo. Elisa hablaba detenidamente mirándome a los ojos como buscando en ellos aprobación a su historia. De lo contrario, sospeché que me tomaría igual que a su mamá, por el cuello.

Su mirada era intimidante y pocas veces la ponía en otro sitio que no fuera en la mía. Eso me dejó ver en primer plano sus mejillas robustas, algo de acné y su pelo corto, que apenas le llegaba abajo de la oreja. También podía percibir el olor que desprendía su ropa, era claro que tenía varios días durmiendo en la calle.

El pantalón tenía un hueco en la entrepierna y no llevaba ropa interior. Lo supe porque algunas personas que pasaban se quedaban mirándola fijamente. Algunos con morbo, otros con algo de repulsión.

A Elisa parecía no importarle tener su sexo casi al aire, solo le importaba que la escuchara.

Sin embargo, en algún momento su estado de enajenación la soltó, se sintió incómoda y cruzó las piernas. Con una de sus manos agarraba con fuerza su zapato deportivo blanco y continuó hablándome.

Que los días cuando no está en el parque da clases en una escuelita de su barrio, en Montecristi, donde vive. El resto del día lo usa para cuidar a su hija de cinco años y medio, a la que mantiene sola porque el papá no se hizo responsable.

Es por ella que Elisa, en su vida real, sube y baja de los hoteles con hombres que la buscan en el parque y que saben que es esquizofrénica.

Aunque en su otra vida, la de su mente, está frente a un salón enseñándole las vocales a los niños.

Cuando Elisa terminó de hablar, se levantó y se marchó sin voltear la mirada.  Yo me quedé sin saber si la mujer que se alejaba era la prostituta o la mamá de la niña de cinco años y medio y que es maestra.

En los hoteles.  Para nadie es un secreto que algunos hostales que están en el centro de la ciudad son usados como moteles.

Las calles que circundan el edificio del Seguro Social, avenida 6 y calle 8, es el sitio de algunas mujeres que trabajan como prostitutas.

Ellas trabajan durante el día. Sin embargo, en la ciudad existen cuatro puntos donde se ejerce la prostitución en la vía pública: Los Esteros, Tarqui, en la calle 8 y la avenida Puerto-Aeropuerto, frente al Banco de Guayaquil.

Pero, en la ciudad no existen datos estadísticos de cuántas mujeres ejercen la prostitución.

El año pasado se clausuraron dos locales en la parroquia Los Esteros, pero estos volvieron a abrir sus puertas. Los operativos se hicieron en hosterías, donde las autoridades sospechan que se ejerce la prostitución. Aunque los vecinos  no tienen dudas de eso y ellos mismos han denunciado la actividad.   

Pedro Vargas