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 Vivimos tan conectados a las nuevas tecnologías y redes sociales que cada día somos más fáciles de manipular; la mente afronta de manera incesante un bombardeo de imágenes, productos, estereotipos, publicidad y escenarios que distraen y erosionan la capacidad de pensamiento y de producción. 

Existimos, comemos, trabajamos y dormimos a medias porque actuamos en intermitencia con la realidad virtual y “desde el punto de vista intelectual somos conscientes de que no podemos gastar el tiempo en actividades que no tienen ningún valor añadido, pero emocionalmente apenas podemos resistirnos a la tentación de hacerlo,” bien lo indica Robin Sharma en su libro El Club de las 5 de la Mañana. 
Aunque para algunos las redes han sido el medio de expansión de sus negocios, para otros que no utilizan éstas como herramienta productiva podría ser un motivo de fracaso. Y el perjuicio no es solo laboral, he escuchado a amigos quejarse de que el hábito de la lectura ha perdido su calidad y de que el entrenamiento deportivo se interrumpe por falta de concentración; sí, actividades que brindan calidad de vida ahora disminuyen su propósito por el mal uso que se da a la tecnología. 
Sharma habla de la debilidad emocional para contrarrestar malos hábitos, la pregunta es ¿cómo influye la tecnología en nuestras emociones? De gran manera. Para muchos la autoestima depende de un número de “likes”, a mayor cantidad la sensación de valoración se incrementa, para otros es importante entablar relaciones de amistad con desconocidos alrededor del mundo y aquello les produce felicidad y una sensación de apoyo o pertenencia; no se puede negar que las aplicaciones sociales brindan gran libertad por la capacidad absoluta de elección.  No obstante, no podemos olvidar que más significativos que aquellos contextos virtuales son los inmediatos que tenemos en nuestras narices: el trabajo, la familia, la salud, el crecimiento personal y en éstos poco o nada abonará Pinterest y Netflix. Aquí es cuando la capacidad evolutiva y de sobrevivencia abogará por la razón sobre la emoción para afrontar con valentía la construcción de una vida tangible en la que valoremos las relaciones auténticas con nuestros seres queridos. 
 Poner la tecnología en su lugar tiene una influencia química en nuestro cerebro que beneficia la creatividad, favorece el descanso correcto, coadyuva a un rendimiento óptimo en la vida estudiantil y de trabajo y, sobre todo, nos hace menos vulnerables a la manipulación y como indica Pedro Baños, al peligro de perder el último fortín de libertad que es el pensamiento.
 
Keyla Alarcón Q.