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La gente salió de todos los barrios, de todos los rincones, a darle el último adiós al periodista Gerardo Delgado.

Llegaron en bus, en taxis, a  pie, en motos y bicicletas. Corriendo, porque se cambió la hora de su sepelio, que era para después de las tres, pero lo sacaron a las 12 de la funeraria Santa Marianita.

Bajaron el ataúd entre aplausos y lo iban a poner en una carroza fúnebre, pero la gente lo impidió.
Querían cargarlo, llevarlo en hombros por las calles de la ciudad. Querían sentir a Gerardo cerca una vez más.  

A paso lento bajaron por la Flavio Reyes y tomaron la Puerto-Aeropuerto, donde la gente lo esperaba en las veredas, en los portales y con los celulares en alto grabando el paso, grabando su despedida.
Mientras tanto, como un eco lejano se escuchaba la palabra “justicia”. Ahogada por el llanto, por la rabia, la indignación.

Poco a poco se formó un río de gente. Un río de gargantas que gritaban: “¡Gerardo, amigo, el pueblo está contigo!”, mientras las lágrimas rodaban por las caras y se evaporaban con el fuerte sol.
Así como se evaporó la vida de Gerardo, sus sueños, su grito “¡Ay, Dios mío!”.

Pero nada detenía la marcha fúnebre. Su camino era un designio marcado en piedra. Su destino era la Plaza Cívica, donde se le hizo una capilla y misa pública. Allí lo esperaba más gente.

Lo recibieron con aplausos. Era su pueblo, unas 10 mil almas, talvez más.
Estaba allí la gente que vive del “diario”. Esos al que el periodista del teléfono y un micrófono les ayudaba a denunciar la falta de agua o de alcantarillado. Ese que reportaba los crímenes de la ciudad, el que se indignaba. Pero ahora era él quien iba dentro del ataúd.
Lo pusieron en el escenario de la plaza. Le cantaron. Hicieron discursos sentidos quienes lo conocieron.  

José Delgado, hermano de Gerardo, pidió un favor a los presentes: “Recuerden cómo vivió y para qué vivió y eso le costó la vida”, dijo refiriéndose al sueño de aquel joven de 17 años que salió de su natal Cojimíes y consiguió ser periodista. Que empezó a trabajar en Televisión Manabita, donde hizo amigos que tomaban los micrófonos para decir cómo conocieron a Gerardo. Pero también para denunciar su crimen.
“No sabemos si esperar justicia o esperar la próxima bala”, dijo su amigo Paúl Panta.

Después, las niñas Aicela y Anaira López Mero, del barrio Villamarina, le cantaron a Gerardo y enviaron un mensaje de paz. Pidieron que no haya más muertes y dieron paso a los funerales.
El padre Rafael Nieto fue el encargado de la ceremonia y de entregar un mensaje a la familia, a sus seguidores, para apaciguar el dolor y la ausencia. Con esa promesa de la nueva vida. De esa donde ninguna bala te puede matar.

Cuando todos los discursos acabaron, fue momento de continuar el camino hacia el cementerio Parques del Recuerdo. Se volvieron a encender los motores de las motos que le hicieron una ronda al ataúd. Los carros pitaban. La gente aplaudía. Tomaban fotos. Hacían videos. Corrían para tomar un bus y adelantarse a la marcha para esperarlo en el cementerio y ganarse un puesto, estar lo más cerca que se pueda.
Querían lanzarle una flor.
Los buses de la línea dos iban llenos.  

El pueblo nuevamente no quiso que pongan el féretro en la carroza, sino que se lo llevaron a pie durante los ocho kilómetros que hay desde el centro de Manta hasta el cementerio Parques del Recuerdo, en la vía a Jaramijó. Había  una temperatura de 26 grados centígrados, pero por el tumulto y la cantidad de gente se sentía un calor de 40 grados.  

Y aun así hubo tiempo y fuerzas para un baile más. Para celebrar el paso de Gerardo por la vida. Para no olvidar que le gustaba bailar. Que amaba vivir. Todo ante las cámaras de su medio digital Ola Manta Tv. Ante las cámaras de los periodistas que no tuvieron tiempo para llorar al amigo. Que a ratos se quedaban sin voz, cortaban las transmisiones para tener chance de llorar, ahogados en dolor. Con una mano sosteniendo la cámara y el celular y con la otra secándose las lágrimas que rodaban solas. Lo acompañaron hasta su último momento. Y la marcha fúnebre entró al cementerio donde está sepultada la hija de tres meses de Gerardo, Amelia.