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José Cevallos sabe cómo será su muerte. Ya las piernas le fallaron, los brazos también, tampoco puede hablar.

Pronto no podrá tragar. Se le caerán los dientes, babeará, necesitará un respirador, tendrán que darle masajes continuos para que el dolor no sea insoportable…

Lo único que no perderá en el proceso serán sus facultades mentales: hasta el último momento de vida sabrá lo que le está pasando y se verá morir impotente; será testigo de su muerte.
José  tiene esclerosis lateral amiotrófica, conocida como ELA. Una enfermedad rara que afecta a cinco de cada 100 mil personas en el mundo. Un proceso sin esperanza y de una crueldad sin límites.

Una de las principales causas de eutanasia (muerte asistida) en Holanda y la razón por la que la colombiana Martha Sepúlveda había pedido que la dejaran morir el domingo pasado, pero su eutanasia fue suspendida a última hora.
Jenni Santillán, la esposa de José, conoce el caso de Martha. Lo vieron en las noticias. Estaban los dos, miraban la historia en la televisión cuando José empezó a balbucear, y, en medio de todo, Jenni entendió que él preguntaba si le podían aplicar lo mismo, si podrían darle la eutanasia.

“Yo le dije que no, que lucharemos hasta el final; además en Ecuador eso no es legal, ya el médico se lo explicó”, expresa la mujer entre lágrimas, con las manos en el rostro, triste, muy triste.