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Con la muerte de un amigo uno descubre que no muere, solo se multiplica. Se reparte.
Está más presente que nunca en la memoria, en el alma, en los gestos cotidianos. Pero cuando éste es un periodista, además está vigente en la historia.
Aunque partió poco después del terremoto que asoló su adorada Portoviejo, Jorge Bello se quedó en las páginas de El Diario donde ya no escribe, o en las pantallas de Manavisión, aunque no se emitan sus entrevistas.
Se lo recuerda en cada hecho que anticipó, en cada corrupto que señaló, en cada vicio que identificó. Pero también en los sueños compartidos para Manabí y la hidalguía proclamada de su gente.
Esos elementos han aflorado en estos días con nitidez: su tierra se niega a ser una parcela donde se reparten el botín y la mayoría no está contaminada por la corrupción, como hace aparecer la minoría podrida.
Los ideales de Jorge Bello Moreira como periodista y ser humano se sostienen; aunque vapuleados y distorsionados, no caen.
Basta evocar sus preguntas o releer sus palabras para descubrir el legado de un periodista incorruptible que por ser inflexible también, prefirió dejar de opinar a moderar su opinión.Esas discrepancias siempre nos unían más.
Yo aprendí de su escuela de periodismo digno y él decía que aprendió en cambio, de mi tesón para alcanzar una meta. O una hembra. Así hablábamos en esta cultura machista donde nos criamos.
Ahora que públicamente solo evocamos a Jorge Bello cada 18 de junio, es tiempo de pagar la deuda contraída en el primer aniversario de su muerte: publicar un libro con sus artículos en este periódico y promover un concurso anual sobre la mejor columna de opinión para nuevos valores en Manabí.
La impronta de Jorge Bello no puede reducirse al gracias que le damos sus amigos cada día por su lealtad o su familia cada noche, por amarlos.
Debe estar presente siempre en la memoria colectiva para inspirar esta comunidad tan necesitada de creer y saber que hombres buenos y honestos existieron. Y existen.