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A Carlos Alfredo Rivas Vera la emoción lo embargó el día que le dijeron que sería contratado como profesor fiscal.

Las lágrimas saltaron por la emoción, y no era para menos, pues fue el sueño de su madre, Wilmira Vera, quien falleció sin ver que se haga realidad.
Y es que la vida de ambos fue dura, tanto así que la presencia de los dos en las calles de la capital manabita se convirtió en una postal de la ciudad. Perdieron sus nombres de pila al punto que a Carlos Alfredo el pueblo lo identifica simplemente como “Carameléate”, por la pasión con la que vendía golosinas en su kiosco ambulante en los bailes nocturnos, ferias y otras actividades, o simplemente estacionado en la esquina de la calle Olmedo y Sucre, donde a todo pulmón gritaba “¡carameléate, varón, lleva tus dulces!”, mientras su anciana madre atendía a los clientes. Esa era su forma de ganarse la vida, con la venta de mentas, leche miel o las inolvidables claritas.
Rivas cuenta que pertenece a una familia humilde, y que su madre siempre le insistía que estudie, que se prepare para la vida. Así ingresó a la Universidad Técnica de Manabí, y con mucho esfuerzo logró licenciarse en Ciencias de la Educación con excelentes calificaciones.

Sin embargo, no logró ingresar como profesor fiscal, por lo que se dedicó con fuerza al negocio y lo amplió con la venta de agua en botellas, fundas y bidones. Entonces su mayor nicho de negocios era el estadio Reales Tamarindos, sobre todo cuando jugaba Liga de Portoviejo, equipo del cual su madre era hincha. Su imagen golpeando un bombo es un ícono entre los aficionados del plantel verde y blanco.
En el estadio, “Carameléate” cambiaba el grito de guerra y decía “aguatéate”, “liguéate”, para vender agua y apoyar al equipo.
Pero no desistió en su afán de ser profesor, como le había prometido a su madre, por lo que participó en los procesos Quiero ser Maestro 1, 2, 3 y 4. Un poco desalentado participó en el Quiero ser Maestro 5. Finalmente fue seleccionado, y ahora es docente de la escuela Cayetano Cedeño, de San Ignacio de Colón.
Allí fue bien recibido por sus compañeros, que lo felicitaron porque nunca declinó en su misión. Ahora, con 48 años, es profesor de quinto año básico. Dice que está agradecido con el coordinador zonal de Educación, Franklin Mera, y el distrital, Xavier Noboa, quienes lo alentaron a participar.
Asegura que mantiene su nombre de combate. “Yo vengo del pueblo y no voy a perder la humildad”, dijo orgulloso. Es más, a su trabajo de docente llega en la tricimoto que adaptó para repartir los botellones de agua, mientras que la mesa de golosinas la mantiene en el centro de la ciudad, donde atiende en la tarde.
“Carameléate” dedica sus triunfos a su mamá, que siente que desde el cielo lo bendice, pues comenta que el COVID casi se lo “lleva” en dos ocasiones, pero que ella “algo movió desde el cielo”.