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La mediocridad puesta de manifiesto por una persona, se la califica como el de ser bastante malo y perjudicial, que solo sirve para defraudar a quien o a quienes le exteriorizaron su confianza, obteniéndose como resultado una persona totalmente desagradable, deslucido y enredador.
Los ecuatorianos en su totalidad, afines o no del movimiento que encarimó al actual mandatario al palacio de Carondelet, sabemos de la enfermiza postura que éste adoptó tan pronto como se posesionó del cargo, que sin el menor empacho, primero les extendió la mano a sus adversarios políticos, lo que hasta allí nos pareció bien, decidiendo luego gobernar con el programa político del vencido, lo que evidentemente causó repulsión y, lo que es peor, criticando la obra ejecutada por el gobierno anterior del expresidente Correa, del cual fue parte como vicepresidente que fue, defraudando de este modo la confianza total de las dos terceras partes de ecuatorianos que confiaron en él y por supuesto de la puesta en marcha del proyecto político de la Revolución Ciudadana, pregonado durante toda su campaña presidencial.
Nos preguntamos: ¿Qué hacer con la mediocridad de Moreno ahora que termina el periodo para el cual fue elegido? Pues bien, los ecuatorianos lo menos que podemos pedir es que a este ciudadano no se le permita salir del país, puesto que tiene algunas cositas que por ahora se presentan como oscuras, y que como tal tendrá que aclararlas respondiendo ante los tribunales respectivos.
Tal parece que se estaría preparando la salida ideal del traidor en procura de protegerlo, entregándole la presidencia a quien y quienes gobernaron el país durante estos últimos cuatro años.
Con ocasión de esta vergüenza nacional que se la viralizó en todo el planeta Tierra, es el momento para que el, o los organismos competentes castiguen de manera ejemplarizadora este delito contra la fe pública y contra el Estado ecuatoriano; se endurezcan las sanciones; que se imposibilite para siempre en materia electoral; y que se declare persona no grata para los intereses de la Patria.
Cualquier medida condenatoria que se le imponga al sátrapa, aquel que utilizando su astucia comete satrapías, resulta poco en relación a la magnitud del delito. Desgraciadamente los ecuatorianos damos muestra de vivir solo el momento, sin detenernos siquiera a valorar las connotaciones que esto conlleva a nivel internacional, más allá por supuesto de lo inmoral, de lo anti-ético y de lo perverso que se es.
En lo personal, no podríamos darle la cara a quien defraudamos, engañamos o nos burlemos. El sinvergüenza no piensa así.

Solón Pinoargote Sánchez
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