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El precio del pan, y de todos los productos que se transan libremente en Ecuador, debe ser fijado por el valor que le da la gente al producto, o por el que proponen el productor o el comerciante, no por las autoridades.

Deben eliminarse los precios oficiales porque, en realidad, sirven de poco.
Un precio muy bajo generará desabastecimiento porque, al disminuir la utilidad, se desmotivará al productor, que no arriesgará su trabajo y su dinero frente a posibles pérdidas. Por el contrario, un precio muy alto asegura una utilidad innecesaria y se presta para la confabulación entre productores y autoridades.

Los precios deberían regularse de acuerdo con las condiciones del mercado. La intervención de los políticos en este campo no es buena, pues al establecer precios referenciales u oficiales, se crean conflictos cuando hay variaciones.

La excepción necesaria es cuando el producto o servicio que se ofrece es parte de un monopolio o existe regulación estatal, como ocurre, por ejemplo, con la energía eléctrica, el agua potable o la transportación.

En estos tiempos se habla de elevación del precio del pan y de las limitaciones de los precios oficiales.

No está bien limitar con topes oficiales el valor de un producto en el que intervienen factores como la calidad de los materiales y los procesos.

Editorial de El Diario publicado este miércoles 23 de marzo del 2022 en nuestra edición impresa.