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Con un sabor amargo ha regresado del K2, la segunda cumbre más alta del mundo, el montañista ecuatoriano Santiago Quintero, cuyo intento por llegar a la cima se vio frustrado al ser abandonado por su porteador y al encontrarse con una montaña masificada de turistas que subían con oxígeno suplementario.

Quintero, cuyo objetivo es ser la primera persona con los pies semiamputados en subir las catorce montañas de más de 8.000 metros de altitud que existen en el planeta, explicó en una entrevista a Efe que estas situaciones imprevistas le obligaron a renunciar a llegar a la cima solo, ante una meteorología adversa.

En julio, el montañista ecuatoriano regresó al Himalaya para reanudar su proyecto después de cuatro años en los que se vio obligado a dejarlo pausado para ser intervenido de un agujero oval en el corazón que ponía en serio riesgo su vida a grandes altitudes, y luego por la pandemia de la covid-19.

“Quería volver y me lancé a lo más difícil, pero me topé con un K2 comercializado, lleno de montañistas amateur, con una infraestructura de mucho dinero, ya que subir el K2 al estilo amateur cuesta entre 80.000 y 100.000 dólares”, comenta Quintero, que entre 2007 y 2017 logró coronar ocho “ochomiles” sin oxígeno.

En su caso se vio inmerso en una expedición donde el resto de su grupo iba a ascender el K2 con oxígeno, usando cada uno entre nueve y diez botellas desde los 6.000 metros de altitud hasta los 8.611 metros de la cumbre, mientras que Quintero era el único que se disponía a hacer todo el ascenso sin oxígeno.

“La expedición estaba comercializada para los diez alpinistas con oxígeno. Los que iban sin oxígeno, no importaban. Se convirtió en un negocio”, lamenta Quintero, que intentaba por tercera vez coronar el K2.

“Perdimos la cumbre por eso”, apostilla.

PLANES DISTINTOS

Una vez que el grupo llegó al campo 4, situado a unos 7.750 metros, este siguió directo hacia la cumbre, mientras que Quintero debía completar ahí su aclimatación y bajar al campo base para descansar y luego subir de nuevo en busca la cumbre.

En ese momento, el porteador que lo acompañaba decidió seguir con el resto del grupo bajo la promesa de volver a subir con él cuando Quintero intentase su ascenso definitivo, algo que no cumplió.

“La noche antes de salir, el porteador me dice que no va a ir. No quería ir. Me insultó y se largó. Me dejó abandonado”, narra Quintero, que pese a todo trató de subir solo y alcanzó el Campo 2, pero el tiempo iba en su contra y los plazos muy justos para alcanzar la cima antes de que llegase una tormenta.

“Tampoco soy Kilian Jornet, hermano”, dice en referencia al deportista español que tiene el récord de la ascensión más rápida al Everest, con 17 horas desde el campo base.

“Si pierdo más pie, no solo se acaba mi alpinismo. Se acaba mi vida, mi futuro y mi familia”, añade.

FIEL A SUS PRINCIPIOS

En ningún momento Quintero aceptó las diferentes propuestas de subir con oxígeno, pues se había preparado durante un año para hacerlo sin oxígeno e incluso había entrenado un mes en una máquina de hipoxia. “No es mi estilo (hacerlo con oxígeno)”, refrenda.

En el K2, el ecuatoriano pudo comprobar los efectos del calentamiento global, con cascadas de aguas que, producto del deshielo, bajaban de la cima y se volvían en mortales amenazas para los escaladores, pues desprendían rocas de gran tamaño que caían a toda velocidad por la ladera.

“Yo me salvé cinco veces de ser impactado”, recuerda Quintero, para quien este tipo de accidentes serán cada vez más frecuentes, como demuestran además las grandes inundaciones sucedidas estos días en Pakistán, con crecidas sin precedentes en la cordillera del Karakórum.

“Tenemos hasta el 2030 para detener esto. Como alpinista me siento responsable de decirle a la gente que es verdad que se está calentando el planeta”, agrega.

NEPAL EN 2023

Pese a todo, Quintero mantiene su proyecto y en 2023 espera volver al Himalaya para intentar coronar el Nanga Parbat (8.126) o el Gasherbrum I (8.080). Está convencido de que, con los recursos suficientes, podría hacer los seis picos que le faltan en dos años, a tres por año.

“Yo ya cumplo 48 años y me hacía ilusión terminar a mis 50 años el proyecto, porque tengo muchas actividades que me gustaría dedicarme”, señala Quintero, que considera un “milagro” que pueda seguir dedicándose al montañismo profesional.

Cuando gran parte de sus pies fueron amputados por congelamientos, los médicos le auguraban a Quintero que tendría que caminar el resto de su vida con ayuda de un andador, pero gracias a unas prótesis hechas a medida y a su pasión y persistencia por las montañas, pudo superar todas las expectativas y volver a hacer lo que más le gusta.