Compártelo con tus amigos:

Empiezo por decir que soy orgullosa de ser manabita y que hace tiempo hice mía esa frase que dice: no pedí nacer en Manabí, simplemente tuve suerte. Un colega cuencano me dijo una vez que pensaba que los morlacos tenían marcada su identidad, hasta que conoció a los manabitas, bueno, hasta que conoció a esta manabita. 
He visto a manabitas en casi todas las ciudades del país. Gracias a ellos he podido encontrar dulces de Rocafuerte en Urcuquí, bollos de chancho en Quito y panes de almidón (no de yuca) en Guayaquil. Todos son embajadores silenciosos que llevan nuestra cultura por el país y que han logrado abrirse camino, incluso en medio de la discriminación y el regionalismo. Siempre he pensado que ese grupo que lucha y que sale adelante, es el más grande.
Lamentablemente también he visto de los otros, de los que nos hacen quedar mal. Esos son los que usan dinero de hospitales para beneficio particular; los que esconden droga en carros llenos de alimentos; los que abusan de su poder para maltratar a las mujeres; los que no pueden justificar su incremento patrimonial.  Trato de consolarme pensando que ese es el grupo más pequeño y que no nos representa a todos.
He visto también a manabitas cada vez más tolerantes a la corrupción. Son los que se enteran de las malas acciones y se callan, los que dicen: no critique, no se meta, no se queje, no denuncie, no haga nada.  Allí están los que ven con normalidad el “roba, pero hace”, “grita porque es jefe”, “el que tiene plata hace lo que quiera”, “siempre ha sido así, ¿quién es usted para cambiarlo?”
En el mes del manabitismo, quiero sentirme orgullosa de la gente de bien, no de los corruptos ni los que toleran la corrupción. Quiero sentirme orgullosa de los dulces de Rocafuerte en las vitrinas de otras ciudades, no de los titulares sobre redes de corrupción o tráfico de drogas. Quiero que la gente despierte, que deje de ser tolerante a la corrupción, al autoritarismo, al machismo y a la discriminación.
Sería oportuno si a partir de ahora, aprovechamos junio no solo para recordar a nuestras glorias del pasado, sino también para sancionar a los corruptos, erradicar la violencia, la exclusión y, sobre todo, para exaltar la honestidad, la lucha, la inclusión y la solidaridad.