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 “No son muertos los que en dulce calma yacen al fondo de la tumba fría; muertos son los que llevan muerta el alma 

y aún viven todavía”  ( Amado Nervo)
Cada año se cumple con la tradición de honrar y recordar a los muertos; a los seres queridos que partieron antes que nosotros a la otra vida.
La muerte no existe. Es sólo un cambio de estado, es el tránsito de esta vida terrenal a la otra vida que nos espera. Un sabio persa sentenció: “Si es la muerte una mensajera de alegría, ¿por qué te afliges?” El que parte se va contento de haber cumplido su ciclo vital; mientras que sus amigos y familiares nos quedamos tristes por su ausencia. 
Hay quienes creemos en la vida después de la muerte. Aquí no termina todo. ¡No puede ser así! Esta es la esperanza que nos alienta a los creyentes y nos tranquiliza. Cuando dejamos de respirar o cuando el corazón deja de latir, el alma se desprende del cuerpo y aquí en la tierra solo queda lo que fue nuestro cuerpo. Es como la crisálida que abandona el cascarón antes de volar. 
Esta creencia muchos no la comparten y es por eso que los deudos acuden al cementerio creyendo equivocadamente que allí yacen nuestros padres o abuelos. Algunos, a pesar de su religiosidad, lloran desconsoladamente la partida de un amigo, de un pariente y hasta reniegan de Dios; porque ignoran que aquí no termina todo, que existe otra etapa, quizás la más importante que es la vida que empieza después de la muerte.
Cuando he sido cónsul o embajador y fallecía un compatriota en el extranjero, trataba de convencer a sus familiares de que no gastaran tanto dinero en el traslado de un cadáver a su lugar de origen; que ese dinero más bien se destinara a la educación de hijos, mantenimiento de los deudos y que sea sepultado donde falleció, porque la tierra es una sola. Honremos a los que se fueron, aunque no sea necesariamente en los cementerios, podemos hacerlo en nuestros hogares, en familia o en la soledad en un estado de meditación.
Amarnos, respetarnos, tolerarnos y comprendernos entre los miembros de la familia, dentro del conglomerado social y laboral; hacer el bien, sin mirar a quien debe ser la clave para hacernos merecedores, después de nuestra partida hacia el infinito, del recuerdo perenne de quien se nos adelantó y serán merecedores de que vivan por siempre entre sus familiares y allegados. Hay personas que no cumplen con sus obligaciones en vida, llevan la bolsa llena de dinero, pero el alma vacía.
 En vida, hermano, en vida, como lo aconseja el sabio poeta.
 
Universi Zambrano Romero