Todos los días alguien dice algo de lo mal que andamos, del futuro tenebroso que nos espera, de lo cerca que estamos de los tiempos más duros que se puedan imaginar, casi muy próximos al día del juicio final y, claro, de la iliquidez absoluta que padece la caja fiscal. Es como si todos concursaran para ver quién produce la noticia más tétrica y sombría que los tiempos generan.
Lamentablemente mucho de lo que se dice es verdad, algunos no exageran para nada, y las soluciones que se plantean para salir del pozo en el que hemos caído pueden ser dolorosas, quizás tristes, pero reales varias de ellas.
Las encuestas entonces que se corren por estos días, además de la intención de voto, consultan al ciudadano las expectativas sobre el futuro o cuál es el problema más acuciante, su preocupación más grande. En las que me ha tocado ver, el resultado es unánime: lo que más angustia, lo que desespera, es tener un problema que afecte negativamente sus ingresos, perder el empleo. A un segundo plano queda la salud.
Todos los encuestados como que parecen decir que con ingresos seguros la salud se la puede preservar y sin ellos corre serio peligro. Esto mismo debe ocurrir con la provincia, con sus cantones: el temor de un futuro con limitados recursos. Nuestras instituciones, después de todo, son, de una u otra manera, dependientes del Gobierno central y sus acciones, en consecuencia, pasan por lo poco o mucho que puedan recibir del Gobierno. Este es pues el telón de fondo con el que Manabí enfrenta las próximas elecciones para elegir presidente y asambleístas.
A estas alturas, por tanto, conociendo la penuria fiscal, sus orígenes y efectos, los manabitas deberíamos promover una encuesta entre los candidatos a la presidencia para empaparnos de sus planes para la provincia y saber quién los podría resolver más rápido y mejor. Es decir quién podría, en medio de la limitación de recursos, solidarizarse efectivamente, con hechos y no palabras, con la provincia. Quién, administrando la escasez, puede colocar a Manabí en la lista de sus prioridades para que nuestros hospitales, por ejemplo, funcionen los que ya están abiertos y se concluyan y se abran los que se están construyendo desde el aciago día del terremoto. Quién, sabiendo lo que Manabí produce, no permita que las vías se deterioren.
En fin, en una encuesta quisiera saber quién tiene a Manabí en su corazón. Eso es suficiente para saber nuestro futuro.
Walter O. Andrade Castro