El día en que los osos devoraron el sueño libertario en un pueblo de Estados Unidos

En un pequeño pueblo de Estados Unidos, un experimento libertario terminó en caos social, crímenes y un problema inesperado: osos negros que aterrorizaron a los vecinos.
Grafton, el pueblo libertario, comenzó a tener problemas con la recolección de basura, la reparación de calles y el alumbrado público. Y luego aparecieron los osos.
Grafton, el pueblo libertario, comenzó a tener problemas con la recolección de basura, la reparación de calles y el alumbrado público. Y luego aparecieron los osos.
Grafton, el pueblo libertario, comenzó a tener problemas con la recolección de basura, la reparación de calles y el alumbrado público. Y luego aparecieron los osos.
Grafton, el pueblo libertario, comenzó a tener problemas con la recolección de basura, la reparación de calles y el alumbrado público. Y luego aparecieron los osos.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

Hay una advertencia, tan común en medicina y nutrición, que parece aplicarse también a la política: “Cuidado con el exceso”. Y si alguien busca pruebas, basta con viajar a Grafton, un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra en Estados Unidos que a mediados de los 2000 se convirtió en el laboratorio de un experimento insólito: demostrar que el Estado sobra y que la sociedad puede autorregularse sin su intervención.

Lo que comenzó como un sueño libertario terminó en un cóctel de carreteras destrozadas, alza en la criminalidad y una plaga inesperada: osos negros merodeando los patios traseros de los vecinos.

El sueño de la libertad absoluta

En 2004, cientos de libertarios se mudaron a Grafton, en New Hampshire. El plan era sencillo: reducir regulaciones e impuestos para probar que la intervención gubernamental era la raíz de la pobreza y la opresión. Si la comunidad quedaba en manos de individuos libres, sostenían, florecería por sí sola.

La filosofía tenía un arraigo histórico. Desde los tiempos del presidente Thomas Jefferson, quien proclamaba que “el mejor gobierno es el que gobierna menos”, las ideas libertarias han seducido a ciertos sectores en Estados Unidos. Para los más radicales, los anarcocapitalistas, el Estado no debía ser mínimo: debía desaparecer.

Grafton ofrecía el escenario ideal. Apenas mil habitantes, tradición de rebeldía fiscal desde el siglo XVIII y un libertario local, John Babiarz, que se había postulado a gobernador. Con un puñado de nuevos votantes organizados, el rumbo político del pueblo podía cambiar.

Una invasión con carpas y armas

El periodista Matthew Hongoltz-Hetling, autor de Un libertario se cruza con un oso, recuerda que los recién llegados eran en su mayoría hombres blancos, solteros y aficionados a las armas de fuego. Algunos tenían dinero, otros apenas una tienda de campaña en los bosques que rodeaban la localidad. Pero todos compartían la convicción de que la libertad debía estar por encima de cualquier regla común.

Muy pronto comenzaron a hacerse sentir en la política local. Aunque no lograron declarar a Grafton “zona libre de Naciones Unidas” ni salirse del distrito escolar, sí convencieron a sus vecinos de recortar un 30% del presupuesto municipal, que ya era reducido: apenas 1.3 millones de dólares.

La factura del tijeretazo

Las promesas de más prosperidad no se cumplieron. Mientras en el vecino Canaan las calles estaban asfaltadas e iluminadas, en Grafton aparecieron baches y lámparas apagadas. La biblioteca redujo su horario a tres horas diarias, la basura dejó de recogerse con regularidad y la policía solo pudo pagar a un agente a tiempo completo.

La combinación de menos patrullaje y más armas desembocó en algo inédito: los dos primeros asesinatos en tiempos recientes y un aumento del 12% en delitos violentos. La utopía libertaria comenzaba a parecerse más a una mala comedia.

Cuando llegaron los osos a un pueblo libertario

Como si el deterioro no fuese suficiente, Grafton enfrentó un problema insólito: una ola de ataques de osos negros. El motivo era tan simple como inquietante. Muchos libertarios que vivían en el bosque no gestionaban su basura, lo que atrajo a los animales.

Otros directamente los alimentaban, como si fueran ardillas o pájaros. Y cuando aparecieron los primeros ejemplares peligrosos, el pueblo se negó a llamar a las autoridades estatales. En su lugar, algunos intentaron ahuyentarlos con fuegos artificiales. El resultado: los osos perdieron el miedo, dejaron incluso de hibernar y comenzaron a ver a los humanos como fuente de alimento. Varios vecinos resultaron atacados.

El derrumbe del experimento

Para 2016, el sueño libertario había naufragado. Muchos de los recién llegados abandonaron el pueblo, dejando tras de sí calles dañadas, servicios colapsados y un recuerdo agridulce entre los habitantes originales. Los osos, al menos, dejaron de rondar con tanta frecuencia.

El caso de Grafton se ha vuelto a desempolvar. En Argentina, el presidente Javier Milei se declara anarcocapitalista. El Estado le estorba. Lo odia. El domingo, Milei tuvo su peor derrota electoral desde que asumió la presidencia. Perdió las legislativas provinciales de Buenos Aires.

Volvamos a Grafton. Para académicos como Luis Salamanca, en un reportaje de la BBC dice que lo ocurrido en Grafton es un recordatorio de los límites del ideal libertario. “La basura es el ejemplo más patético. El mercado puede regular precios, pero hay aspectos de la vida humana que no cubre. La libertad total, sin orden, termina en caos”.

El profesor Eric-Clifford Graf añade que, aunque inspirador, el libertarismo radical es un riesgo: “Nos puede devolver a la tiranía”. En Grafton, donde la utopía chocó con la realidad, la conclusión es clara: cuando se enfrenta la teoría política con osos hambrientos, ganan los osos. Y por goleada.

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