El 23 de junio de 2023, la vida de Carlos Renato Ortuño se partió en dos. Aquella mañana, el abogado de 38 años salió de su casa en el Valle de Los Chillos con rumbo a su oficina en La Mariscal, en Quito. Era un trayecto habitual, casi rutinario, que había repetido decenas de veces. Sin embargo, esa jornada se convirtió en el inicio de un calvario que lo acompañaría durante más de dos años.
Un auto gris lo siguió desde que salió de su urbanización. Al llegar al parqueadero de la Bolsa de Valores, mientras esperaba que el guardia le abriera la puerta, vio por los retrovisores cómo dos hombres armados se acercaban a su ventana. Pensó en un asalto. No tuvo tiempo de más: uno de los atacantes disparó varias veces contra él. La sangre cubrió en segundos su ropa y su vehículo.
Trasladado de urgencia al hospital Eugenio Espejo, los médicos confirmaron lo irreversible: la médula espinal había quedado dañada a la altura de la cervical. Desde entonces, Ortuño quedó cuadripléjico, con un 98 % de discapacidad. Solo podía mover los labios y los ojos.
El peso del dolor
El abogado, especializado en temas mercantiles, nunca entendió por qué quisieron matarlo. Meses después, descubrió que el atentado no estaba dirigido a él. El blanco era un vecino suyo, un hombre con antecedentes por narcotráfico y trata de personas, que tenía un vehículo del mismo modelo y color. La confusión lo había condenado a una vida de dolor.
Uno de los sicarios fue sentenciado a 22 años y ocho meses de cárcel. Pero, hasta hoy, los autores intelectuales siguen en la sombra. Mientras tanto, la vida de Ortuño se redujo a una cama y a una lucha diaria contra el dolor físico. “Es un sufrimiento constante”, relató en más de una ocasión. Los medicamentos apenas le ofrecían alivio y las enfermedades derivadas de su inmovilidad empeoraban con el tiempo.
Su esposa, Daniela Bertero, se convirtió en su sostén. Juntos viajaron a Colombia, México y España en busca de terapias que pudieran mejorar su calidad de vida. Organizaron campañas en internet para financiar tratamientos. Pero ninguno logró revertir el daño.
El camino hacia la eutanasia
El 4 de julio de 2025, cansado de amanecer y anochecer entre dolores insoportables, Renato solicitó formalmente al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) el acceso a la eutanasia. Dos meses después, el 8 de septiembre, recibió la respuesta: su pedido había sido aceptado.
Ortuño será la segunda persona en Ecuador en acceder al procedimiento, luego de que la Corte Constitucional despenalizara la eutanasia el 7 de febrero de 2024, tras una sentencia histórica. Para él, la decisión no fue sinónimo de derrota, sino de dignidad. “Quiero descansar de este sufrimiento”, dijo al explicar los motivos de su solicitud.
Una vida interrumpida
Antes del atentado, Renato llevaba una vida tranquila. Se había casado en 2020, compartía su hogar con su esposa y su mascota, y disfrutaba de una rutina marcada por el trabajo y la familia. Su oficio lo mantenía cerca de los negocios, no del crimen organizado. Esa distancia lo hacía sentir seguro, hasta que las balas equivocadas lo encontraron. Desde entonces, su vida se convirtió en un recordatorio de la fragilidad humana.
El caso de Ortuño no solo habla del drama de un hombre que luchó contra el dolor, sino también del debate abierto en Ecuador sobre el derecho a decidir cómo morir. En un país donde la eutanasia recién empieza a abrirse paso, su historia marca un nuevo capítulo en la relación entre justicia, medicina y libertad individual.
Renato Ortuño y su alivio
Cuando el IESS le notificó que su solicitud había sido acogida, Renato respiró, por primera vez en años, con alivio. No porque la vida le resultara indiferente, sino porque, después de dos años de sufrimiento, veía en la eutanasia una puerta hacia la paz. El abogado quiteño que un día salió de casa para ir a trabajar y nunca volvió igual, está hoy frente a la posibilidad de morir como él lo eligió: en dignidad.