Veinte días después de que un bus le pasara las llantas encima de su cuerpo, Manuel Ordóñez recibió la peor noticia en su vida.
Una bacteria había infectado su pierna izquierda y estaba avanzada, no había otra opción que amputarla.
Ya hueso no había; desde la cama del hospital, con hoja y esfero en mano y en medio de sus dolencias, debió poner su firma para que le cortaran la pierna. La decisión ya estaba tomada. “No me quedaba más remedio que tomar la decisión o la gangrena avanzaba más rápido, quién sabe, hasta podría morir”, contó el hombre de 50 años de edad.
A pesar de los esfuerzos médicos, no se pudo hacer mucho, solo restaba llevarlo a Quito, pero él ya no tenía más dinero para los gastos que le representaba y el tiempo también jugaba en contra.
Mientras que en la otra pierna, que también sufrió lesiones, le colocaron una placa para salvarla.
La noche del 31 de diciembre del 2020 Manuel no vio las luces de los juegos artificiales, tampoco se sentó a la mesa ni festejó el nuevo año como planificaba junto a su familia. Esas horas fueron de sufrimiento, en una habitación de un hospital.
Horas antes de esta desdicha, el bus 142 de la Cooperativa de Transporte Interprovincial Reina del Camino lo arrolló.
Fue en Flavio Alfaro, a las cinco de la tarde. Llegó a este cantón manabita para pasar con su familia.
Iba como pasajero llevando consigo dos bolsos, pero tenía una carga adicional que bajar en el maletero y el chofer no se había percatado de aquello. Cuando bajó, pidió al conductor que le ayude con la carga, pero el chofer le dijo que vuelva a subir que “más adelante” se la entregaban. En momentos en que pretendía embarcarse, cuando iba a poner el pie en el primer escalón, la Reina avanzó. Él quedó debajo de la llanta delantera; el bus, sin embargo, siguió la marcha.
No pudieron atenderlo en Flavio Alfaro y debió ser trasladado a Santo Domingo en una camioneta.
Manuel puso la denuncia, pero el caso sigue impune. Él pide indemnización, pero hasta ahora no le dan ni un centavo, señala.
El proceso judicial está estancado porque el caso lo lleva la Fiscalía de Manabí, aquello le representa gastos en movilización, pagar abogado; y recursos económicos es lo que menos tiene.
Ya ha pasado año y medio, y Manuel ha podido vivir con la pena y salir adelante, en lo que puede. Él es cuidador de carros afuera de la Agencia Nacional de Tránsito (ANT), en la vía a Quito, en Santo Domingo; todos lo conocen y admiran.
Allí, cada mañana, está desde muy temprano, con sus dos muletas que son sus ‘compañeras’ diarias para ejercer su oficio que le ayudan a subsistir.
“Yo me río de la vida, gracias a mi Dios. Ya no se me hace difícil trabajar”, expresa refiriéndose a que muchas personas se quejan ante falta de empleo, mientras él, sin una pierna, está bajo sol y lluvia buscando alguna moneda.
Él labora desde las seis de la mañana hasta las tres de la tarde. Sale desde la cooperativa Nuevo Camino, cerca a la escuela 9 de Octubre. Debe hacer un esfuerzo en el bolsillo y tomar taxis, “porque caminar no puedo, es muy lejos y sobre todo la inseguridad”, expresa.
Las muletas que tiene a él le tocó comprarlas, “me costaron como 40 dólares, nadie me ha dado ninguna ayuda hasta el día de hoy, yo mismo me defiendo, saco cualquier real para subsistir”, añade.
Vive solo con su esposa, que se dedica a los quehaceres domésticos, por lo que cuidar carros es la única fuente de ingresos. Juntos procrearon tres hijos, pero ninguno vive en Santo Domingo.
Donde trabaja la gente le apoya, admirando su valentía por salir adelante, aunque le falta muchas cosas.
“Lo único que quisiera es que alguien me pueda donar una prótesis, para caminar ya no con muletas, fuera excelente, me gustaría mucho, eso es lo que anhelo”, manifiesta Manuel, quien agradece a Dios por darle una nueva oportunidad.