La estatura promedio de las mujeres en el mundo es de 1.60 metros. Desde niña, Ami Ocampo fue la más alta de su clase. Lo que podría haber sido un rasgo distintivo se convirtió, para ella, en una maldición. Su altura fue blanco de burlas crueles: “¡Slenderman!”, le gritaban en el colegio, comparándola con aquel personaje ficticio de terror: alto, delgado, sin rostro, vestido de negro y con brazos desproporcionados.
En el espejo, Ami veía a ese monstruo y no a una niña. Las palabras de sus compañeros calaban tan hondo que llegaba a casa para llorar, encerrarse en su cuarto y preguntarse por qué era diferente. La depresión y la ansiedad se instalaron en su vida, hasta el punto de autolesionarse los brazos con cortes.
Durante mucho tiempo, el espejo fue su enemigo: reflejaba una altura que ella no lograba aceptar. Pero la vida tenía reservado otro escenario: una pasarela donde ser alta no era un defecto, sino la carta de presentación.
Las modelos que encontró en las redes
Un día, navegando en redes sociales, descubrió a mujeres que desafiaban el estigma de la altura y brillaban en pasarelas internacionales. “Si ellas pudieron, ¿por qué yo no?”, se preguntó. Esa idea sembró la semilla de su transformación. Con el apoyo de sus padres, se inscribió en cursos de modelaje y, poco a poco, su talla dejó de ser una carga: se convirtió en su mayor fortaleza.
Su ascenso en los reinados fue vertiginoso: empezó en un concurso universitario, luego otro, más tarde el de Manta —donde alcanzó el título de virreina—, hasta llegar a Miss Ecuador, donde la convencieron de participar. No fue fácil. “Es costoso, tienes que tener ahorrado mínimo mil dólares solo para esa noche”, reconoce. Un vestido puede costar 500 dólares, el maquillaje profesional otros 300. Aun así, aceptó el reto, convencida de que esos escenarios podían ser más que un escaparate de belleza. La organización también asumía parte de los gastos.
Los concursos de bellezas y las criticas
Hoy, con 1.85 metros de altura, Ami pisa firme las pasarelas. En Miss Ecuador 2025 compartió escenario con 19 candidatas en un ambiente competitivo, pero también solidario. La noche final, tres horas que para ella pasaron en un suspiro, fue un torbellino de emociones. En la ronda de preguntas habló con claridad; aunque sintió que podía mejorar en la pasarela, salió con la certeza de haber encontrado su voz.
Omi conoce de cerca las críticas a los certámenes de belleza: desde el estereotipo del “90-60-90” hasta la presión estética que empuja a muchas jóvenes a trastornos alimenticios. Ella misma admite que los retoques estéticos son parte del negocio: “Muchas clínicas auspician. A nosotras nos sale gratis porque somos su imagen. Yo solo me he hecho la nariz”.
Ami Ocampo y la pausa por los estudios
A sus 21 años, ha decidido hacer una pausa para concentrarse en su carrera de Ingeniería en Software. No descarta volver a los reinados. Los concursos de belleza siempre han estado en el centro de la controversia: ¿superficiales pasarelas o plataformas de empoderamiento femenino? Para Ami, la respuesta es que “No se trata solo de ser una cara bonita. Como virreina de Manta descubrí que lo que más me gusta es participar en proyectos sociales y aportar a la comunidad”.
De aquella niña que temía a su propia sombra queda apenas el recuerdo. Hoy, Ami Ocampo es testimonio de que la altura que un día la hizo llorar es la misma que ahora la hace brillar.