Es evidente que el robo de vehículos, electrodomésticos, celulares y objetos similares lo ejecutan delincuentes que saben que tienen potenciales y fijos compradores, quienes, obviamente, se constituyen en cómplices de ellos y hasta los alientan a cometer el delito, enmascarando su ilícito comercio con la pantalla de tienda, taller o almacén. Este tipo de negocio ejercido por los cachineros es tan antiguo como la picardía criolla, que nace con la formación de las urbes, donde la clientela de compra venta, de proveedor y consumidor, es la suma de necesidad de circulante más delito, peligrosa ecuación que tiene como cantera a la víctima del robo, asalto y crimen. Es buen comienzo de las autoridades en su estrategia para combatir el crimen organizado, que debe articularse en los operativos sorpresa o batidas, a los grupos formados por pandillas en las conocidas zonas ratas, que son de mayor peligrosidad, aunque prácticamente área de inseguridad es toda la ciudad; al igual que vigilancia y frecuente control, “in situ”, de quienes circulan en motocicletas, preferentemente en parejas, procedimiento habitual de asaltantes en calles y avenidas a transeúntes o a comercios y restaurantes. La ciudadanía espera que estos operativos no desmayen y que cuenten para ello con toda la logística del caso, pues el éxito está en la sorpresa y en la constancia de la acción, al igual que los jueces apliquen, sin dilaciones, las sanciones correspondientes, así como que la ciudadanía colabore con las autoridades, superando su medrosía y pensando en su deber cívico.