Es que justamente el motivo racial, xenófobo y antiinmigrante que abanderaba la Alemania nazi y las potencias del eje es lo que nos traslada a nuestra época. En donde han resurgido movimientos racistas, de supremacía blanca amparados entre otros en movimientos de ultraderecha. Los atentados terroristas en contra de latinos, negros y musulmanes en países como Estados Unidos y Nueva Zelanda, realizados por grupos de supremacía blanca, no son casuales. Son parte de un rearme de la ideología nazi que considera el racismo científico como una teoría válida, pero que ha sido rebatida en el campo académico por la comunidad científica, como el paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould, quien hasta pocos días antes de su muerte puso al debate las causas sociales, políticas, culturales y económicas como ejes fundamentales de la inequidad, refutando la teoría del racismo científico.
Sin embargo, la arremetida de la ideología nazi irrumpe en escenarios de la democracia representativa en países donde se creía superado el problema racial y nacionalista. Francia, Italia, Holanda, Suecia e incluso España han dado cabida en sus democracias a partidos de ultraderecha que con la excusa que atañe los problemas de la inmigración, quieren imponer un nacionalismo caduco, acentuando un desacertado patriotismo. No se puede negar el impacto positivo o negativo de la inmigración en las sociedades y economías de los países receptores, y sus implicaciones históricas, ese será tema para otro análisis. Sin embargo, casi todos los países del primer mundo tienen ya establecidos lineamientos que la regulan. El problema es el discurso de contrabando que lleva impreso la ultraderecha para justificar sus argumentos xenófobos y racistas que son la esencia de su accionar.