En la sala de mujeres del hospital Verdi Cevallos Balda, cada tarde, antes de que caiga el sol, toma su rosario y un libro de oraciones, junta las palmas de sus manos y empieza con el primer misterio gozoso... “la resurrección del Señor”. 

Es una católica convencida y por eso toda su esperanza la pone en Dios, para que la ayude a salir de este trance y guíe a los médicos, mencionó.

Su historia crítica se remonta a unos seis años, cuando cumplió los 50. Allí ya tenía problemas de obesidad, pesaba 370 libras, dijo.

Para hacer más grave la situación, durante una actividad se cayó y se fracturó la rodilla y el fémur izquierdo, entonces la operaron, pero algo salió mal y no pudo caminar nunca más, al inicio se apoyaba con una caminadora de aluminio, pero ahora ni siquiera puede con eso, por lo que permanece postrada en una cama, desde donde se alimenta, reza y da clases a los niños de su grado. 

Toda su vida se agrava cuando le toca ir al baño, debido a que necesita la asistencia de dos o tres personas que la ayuden a llegar.

La semana pasada, cuando fue llevada al hospital, tuvo el apoyo de seis bomberos de la parroquia Colón, que la sacaron y la pusieron en una ambulancia para trasladarla a la casa de salud. Ella sólo permaneció con los ojos cerrados y orando en voz baja, pues la última vez que salió de su casa fue en el año 2017, en la camioneta de su hermano, hasta el hospital, sin embargo la experiencia fue tan mala que casi muere y desde allí temía salir. No se acordaba de cómo era Portoviejo.

Su llegada al Verdi Cevallos se da por una serie de gestiones y casualidades de la vida, donde intervinieron periodistas y amigos de ella que contactaron al médico Max Torres, de Quito, quien le va a realizar una cirugía bariátrica que le permita bajar de peso.