A pesar de que gran parte de la sociedad intente justificar con frases arcaicas y patriarcales este hecho repugnante, no son culpables. “Por andar con esa minifalda exagerada”, “si se hubiese quedado en su casa, nada le pasaba”, “le ocurrió por andar de borracha”. 

Estas pocas frases que me ha tocado escuchar y que, por supuesto, las he rebatido con indignación, duelen más cuando salen de la boca de una mujer. 

Pero, una vez más, tampoco son culpables porque este problema es netamente cultural, educativo. Cuando dejemos de decirles a los niños: “Los hombres no lloran y no se visten de rosa”, y cuando no solo a las niñas se les enseñe a lavar platos y arreglar la casa, algo podrá cambiar. 

Y puede sonar a frase cansina, repetitiva, pero nunca dejará de ser verdad: la educación empieza desde la casa. 

Y la Asamblea podrá modificar el Código Integral Penal (COIP) para que se condene a los violadores a cadena perpetua –está bien que se los castigue–, pero aquello no es la solución. Es solo un calmante para un problema crónico que está en la raíz de lo que tanto defendemos: la familia.