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Casa
Una casa a la que la gente le tiene miedo

La práctica de la medicina natural hizo que la gente hablara de que allí se celebraban rituales y hasta actos de brujería.

Domingo 18 Noviembre 2018 | 12:14

Al viandante desprevenido la estructura puede causarle más de una perturbación: está en una colina sobre la calle Atanasio Santos, en donde la presencia de ceibos retorcidos es mayor y el ruido de la ciudad es un lejano rumor.

Casi nadie detiene su paso cuando transita por allí y, más bien, lo aligera porque hay algo en el sector que, lejos de atraer, mete prisa. 
Aunque se trate de rumores, chismes o habladurías que se han formado con el tiempo, la casa tiene un pasado que se filtra entre sus rejas oxidadas, que atraviesa sus pasillos solitarios y se asoma sin rostro a sus múltiples ventanas de rejas también oxidadas. 
¿Hay alguien aquí? Cinco perros, tres negros y dos pardos, se encargan de demostrar que la soledad no es total, pues alguien vive allí, además de cualquier otra criatura fruto de la imaginación o el espanto.
Ella es Robertina Rivera, ama y señora de esos dominios desde el año 1990, cuando su pareja, el doctor Edmundo Pérez Lafuente, se la dio “en venta y enajenación perpetua”.
Diez años antes habían llegado a esa “montaña, puro cerro, a construir la casa toda de cemento y de piedra bola, ni un ladrillo”.
“El doctor Pérez era un hombre muy inteligente, quería hacer una clínica para extranjeros, tenía muchas ideas, pero usted sabe, la vida la tenemos cortita y uno se va cuando menos piensa”, recuerda doña Robertina sin que se le note la nostalgia al hablar de sus recuerdos.
De los deseos del doctor habla muy bien la estructura de la casa, dividida en tres cuerpos principales, entre los que destaca lo que ella llama “el edificio”, uno central que tiene forma de, ciertamente, una clínica u hotel, con pasillos laterales y muchos cuartos que ahora solo funcionan como bodegas y donde alguna vez anidaron lechuzas y murciélagos. Ya no. 
Además de este, hay una casa de dos pisos y una tercera también a los costados. Cruzando una cancha se aprecia otra casa. En una de ellas funcionó un templo masón, logia de la cual era miembro Pérez.
Todas tienen terrazas con la elegancia interrumpida.
Según Robertina, el inmueble nunca fue ocupado del todo, porque la muerte, en el año 2005, del doctor Pérez, se encargó de suspender sus planes y dejar las cosas casi como están ahora: semiabandonadas y con un aire misterioso como la actitud de dos estatuas desnudas que vigilan una de las escaleras.
Desde entonces, desde que el doctor se fue a causa de un infarto que le sobrevino viajando por Flavio Alfaro, a la casa se la bautizó como “la mansión” y la gente comenzó a hablar en voz baja de experiencias extrañas, sin aparente explicación.
Cosas raras. “La gente dice que ve cosas extrañas, sombras, almas en pena, pero yo no he visto nada, no me consta”, dice doña Robertina, quien, a pesar de todo, da testimonio de un detalle sobrecogedor: hay gente que ha salido corriendo.
Se trata de exempleados domésticos a los que, incluso, los han arrastrado porque estuvieron haciendo alguna cosa indebida. Incluso hoy ella tiene un sobrino alojado en uno de los tantos dormitorios que ha sentido que se lo han querido llevar en peso.
Para ella, que ya lleva casi 40 años habitando la casa, esos rumores tienen una explicación: cuando el doctor vivía curaba “ ríos de gente” con medicina natural, lo que dio lugar a que “personas ignorantes” dijeran que allí se hacía brujería, magia negra, cosas malas y otros rituales. 
“Yo no he visto nada, pero otras personas sí”, enfatiza la dueña de casa mientras los perros, todos los cinco, ladran con la vista puesta en un solar vacío. No se sabe a qué, pero ladran.
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