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Raúl es el “Espía” de los infieles

En el Chevrolet Aveo negro viajan dos personas, un hombre y una mujer, cuyos perfiles se aprecian fácilmente. Son las 18h30.

Sábado 10 Noviembre 2018 | 17:27

Avanzan despacio por la vía Metropolitana, al parecer, rumbo a un lugar donde puedan demostrarse cuánto se desean. 

Aparentemente solo ellos saben cuáles son sus planes y hasta dónde les durará la pasión; aparentemente, la clandestinidad ha decidido apoyarlos para que cumplan su propósito sin más alteración que la de sus propios cuerpos. Aparentemente, pero no es así. Alguien los está mirando desde hace algún rato.
Agazapado muy discretamente atrás del monumento del Club de Leones, frente a la Universidad San Gregorio, un hombre menudo que porta una gorra y un chaleco caqui, observa sin pestañear detrás de unos binoculares de largo alcance, capaces de detectar una caricia, por mínima que esta fuera. 
Allí se queda hasta que al día se le acaba la claridad y del Aveo negro no queda más que el recuerdo de dos rostros decididos a todo. Entonces el hombre guarda sus largavistas negros en una mochila  y se va con rumbo desconocido. 
Al otro día, sin que se pueda comprobar, en alguna casa de Portoviejo habrá una terminación matrimonial, un divorcio, una separación definitiva, un altercado y hasta una agresión física por la información que aquel hombre proveyó, en forma milimetrada, de esa traición en cuatro ruedas.
Aunque anda de un lado para otro por estas mismas investigaciones, sin palabras desde que nació, Raúl García Pinargote hace una pausa y se identifica, entre ruidos guturales y visajes alocados, casi con desesperación, como un “investigador privado”. 
Carga una tarjeta en la que indica el trabajo de “protección” familiar que hace. 
Para más indicaciones, alza las manos con dos dedos sobresalidos, el índice y el meñique. No hay pérdida, lo suyo son “los cachos”, esos que adornan muchas cabezas, masculinas y femeninas.
No puede explicar cuántos casos ha descubierto, pero une y desune los dedos en punta en señal de que son muchos, algunos de personas muy conocidas, pero que no puede dar nombres porque su trabajo, sobre todo, es de confidencialidad. 
El negocio es con su cliente y nada más.
Cuando cae la tarde, cuentan sus conocidos,  regresa a un cuartito interior, lugar en donde vive solo, lava su ropa y analiza los casos de infidelidad que tiene pendientes. 
Preguntado con señas sobre cuánto cobra por revelar un caso de felonía, solo hace chocar su mano con el codo varias veces. Es muy poco, casi nada. 
¿Son coñones los clientes? Mueve la cabeza afirmativamente y, una vez más, un ruido sin palabras rasga el ambiente con firmeza. Plata es lo que menos hay. 
En buena hora para él, vive en un lugar que su madre le dejó como herencia cuando falleció, en el 2015 -muestra una foto en su celular de la lápida de doña Narcisa de Jesús-, pero del que ya quiere salir.
Muestra un papel en el que se ve una inscripción en un plan de vivienda, así como un papel viejo y arrugado en el que alguien le ha puesto que no califica.
Sea como fuere, Raúl García tiene claras sus prioridades en esta vida: seguirles la pista a quienes no se bastan con una mujer o con un hombre... Sí, esos que ponen “cachos”.
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