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Venezolanos
Manta: venezolanos viven en la playa El Murciélago

Jefferson Alfonso tiene 23 años, es flaco, tiene ojos grandes y las manos sucias de comida. Es venezolano, come y vive en la playa.

Jueves 23 Agosto 2018 | 10:38

Él se alimenta de pescado con maní. Usa una cuchara, pero solo para el pescado, el maní se queda en sus manos, embarrado. Come con desesperación. 

Hace frío en la playa El Murciélago, Jefferson está allí.  Esta historia ocurre allí.  
Desde hace 23 días él y otras 13 personas, entre venezolanos y colombianos, viven en el lugar.  
Duermen  en carpas como viajeros, porque son viajeros, no refugiados, dice Jefferson, aunque la crisis los haya expulsado.  
Jefferson saluda con un apretón de manos,  con maní de por medio. 
Le pasa el plato a Luis, su hermano; mastica, traga y cuenta que  dejó Venezuela hace tres años debido a la crisis y se dedicó a viajar. 
Dice que llegó a “dedo” desde Caracas y algunos de sus amigos lo hicieron desde Colombia. 
Decidió dejar Venezuela porque su trabajo de ingeniero en sistemas ya no le alcanzaba para vivir. 
Primero estuvo en Panamá, puso un negocio, pero no tenía documentos en regla. 
Estuvo cuatro meses en prisión y luego lo deportaron a Venezuela, de allí viajó a Ecuador y planea llegar a Perú.  
El pasado sábado entró en vigor la exigencia de pasaporte para los ciudadanos venezolanos, una medida anunciada por sorpresa por el Gobierno ecuatoriano el jueves anterior.
En semáforos. Luis, el hermano, tiene ese acento estirado de los venezolanos, y también tiene hambre. Come pescado, pan y manzana. Todo en pedazos, aún faltan los demás, los otros 13. 
Cuenta que duermen en la playa, pero trabajan en los semáforos haciendo  malabares. 
Ganan 6 o 7 dólares al día. “Lo mismo que ganaría un trabajador venezolano en tu país, porque aquí a uno le pagan poquísimo, se aprovechan de uno”, dice y Jefferson lo apoya: “Es verdad, yo por eso no le regalo mi trabajo a nadie, yo no te trabajaría por diez dólares al día, es muy barato, págame 20 dólares al día y te trabajo, ¿Si o qué parce?”, le pregunta a Carlos, de 23 años, colombiano, mirada en el limbo, hablar lento, visiblemente drogado (marihuana). 
“Claro que sí. Vea, incluso uno hace su show en semáforos y no todo el mundo te apoya. Es difícil, en Quito te regalan tus 25 centavos, acá no ayudan mucho”, expresa. 
Carlos se considera mochilero y víctima de la crisis venezolana. Tiene una esposa de esa nacionalidad a la que no ve desde hace dos meses, cuando salió de su país. Ella también es mochilera y ahora está en Perú. Y Carlos va para allá.
En la playa hay carpas, sábanas, venezolanos, colombianos, pobreza.
Mientras que por los alrededores hay hoteles lujosos.
“Los de arriba (turistas en hoteles) se quejan de nosotros, somos un estorbo para ellos, nos miran mal, no les gusta lo que ven, no les gusta que vivamos aquí”, expresa Darío Londoño, colombiano, 21 años.
Entre sus planes está seguir viajando, hasta llegar a Perú con todo el grupo que lo acompaña.
Y luego, tal vez, regresará a Colombia con su familia, menciona. 
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