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TEMA DEL DÍA: La diva del bosque de París

Magdalena vivió en Francia y ejerció la prostitución en el Bois de Boulogne, un bosque que es el centro de prostitución más grande de Europa.

Lunes 16 Julio 2018 | 11:00

-¿Si ves esos arbolitos? -dice Magdalena señalando una foto en el celular.
-Esos que parecen palitos altos. Allí nos ocupábamos nosotras, de pie, agachaditas pero de pie. En el suelo no, en el suelo te matan. 
Magdalena observa la imagen del Bois (bosque) de Boulogne en Francia y el primer recuerdo que se le viene a la mente es lo difícil que era tener sexo en ese lugar. 
-No podíamos acostarnos porque si lo hacíamos nos asfixiaban. Esos europeos son medios locos, fetichistas, cuando están en el sexo  te ahorcan o te golpean, por eso era mejor hacerlo de pie.
Ríe, y cuenta que hace dos años cuando regresó de “las Europa” se sintió segura en Ecuador, hay un ambiente tranquilo.   
-Acá son pocos los locos, contaditos. Allá son muchos, incontables.
Magdalena trabajó en el Bois (bosque) de Boulogne. Un parque de 846 hectáreas en Francia (unas 800 veces el tamaño de un estadio), considerado el centro de prostitución, al aire libre, más grande de Europa. 
Allí ofrecía sus servicios entre arboles y lagos, entre césped y hielo. En furgonetas o colchones viejos.
En el lugar trabajan cientos de prostitutas y transexuales, la mayoría inmigrantes de otros países. 
Magdalena estuvo allá dos años. Llegó a los 17 desde Ecuador.  Un amigo le ayudó a sacar los papeles y después tuvo que pagarle dos mil dólares por el viaje. 
Trabajó duro, sin descanso, y sufrió bastante, también sin descanso. 
A las once de la noche, cuando se retiraba a casa, debía hacer “dedo” a los choferes que pasaban por el parque. Era fácil que se detuvieran. Todos saben que al llevarlas acceden a una  “pipa”, así le llaman al sexo oral.   
-Teníamos que hacerlo hasta que llegáramos a la casa o lo más cerca posible, porque si acababan antes nos dejaban botadas en medio camino. 
 
> Su vida en Ecuador.  Magdalena, la trabajadora sexual, la madre, la inmigrante, fue antes de todo una adolescente enamorada. Apenas tenía 13 años cuando se ilusionó con un hombre de 24. 
Tuvo su primera hija a los 14, luego otra a los 16. 
Y tenía 17 cuando su marido la abandonó. Entonces conoció al amigo que la llevó a Europa. Un amigo con aires de amiga. Un amigo gay.   
Allá no solo vivió en Francia, también estuvo en Holanda, donde aprendió  bien el idioma. En Francia, en cambio, solo supo lo básico del  lenguaje. 
-Esos europeos son vicieux (viciosos) -expresa presumiendo su francés.
-En el sexo te golpean, por eso día tras día aparecen muertos los transexuales y las mujeres en el Bois de Boulogne, es muy peligroso -dice.
Los crímenes de trabajadoras sexuales en el bosque son frecuentes. 
Cada año mueren por decenas y son abandonados entre los arboles y callejones. 
En 1994 un  francés de 26 años mató a ocho transexuales antes de ser capturado.  Tal vez por eso Magdalena decidió regresar a Ecuador, se enamoró de nuevo, lastimosamente del mismo hombre que años antes la abandonó. Con él tuvo otra hija, la tercera.  
Nuevamente se decepcionó y regresó a Europa, se volvió a enamorar, esta vez de un cliente.  Viajaron a Chile, estaba embarazada. Dio a luz en un hospital público. 
Ella casi se muere, la niña estaba grave y la enviaron a un centro médico más avanzado en otra ciudad. Eso fue todo. Nunca más supo de ella. 
Cuando despertó y salió del hospital preguntó, pero nadie sabía nada. Nadie le dijo nada. Siguió unos años allá y luego, hace dos, regresó a Ecuador. 
Ahora ya no está en el Bois de Boulogne. Trabaja en las calles de Manta, en el centro, entre hoteles de cuartos pequeños y camas que al momento del sexo rechinan como si adentro hubiera gatos. 
-Este no es el Bois de Boulogne, acá hay más seguridad -comenta Magdalena, maquillada, cabello rizado y voz pausada.  
-Cualquiera le dice eso, pregúntele a ese que viene allí  -dice señalando a un transexual moreno que se acerca caminando en una pasarela imaginaria. 
-¿Si o no, querida, que aquí los clientes son más tranquilos. No hay mucho dañado? -pregunta Magdalena.
-No te lo creas, mi amor. Yo tengo unos que me piden cosas fuera de lo común. Hay muchísimos bisexuales. Otros me piden que me disfrace y que use consoladores.
Magdalena  ríe a carcajadas y prepara sus respuestas.
-Yo también tengo uno que otro así. Tengo un cliente que me paga por tener sexo con un amigo suyo que es taxista, mientras él solo mira. 
-¿En serio? -pregunta el transexual fingiendo, tapándose la boca con cuatro dedos, fingiendo decoro. 
Le digo que hablemos más de ese tema y contesta que la llame al siguiente día.
Así ocurre, trato de localizarla. Suena el celular. 
Magdalena abre la llamada, hay eco. Se escucha agitada, y al fondo ese chillido de  gatos en el colchón del que tanto hablaba ella. Es mejor colgar.
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