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Manabí
El “sereno” de los hermanos sin amor

Segundo Moreira solía cantar unas serenatas tan “sentidas” que las muchachas se enamoraban de él y no del que las pretendía.

Domingo 17 Junio 2018 | 10:00

Era como si les cantara directo al corazón. Tocaba la guitarra con el ímpetu de un enamorado, aunque él solo era el alcahuete.  

Eran lindos esos años, dice. Porque la música tenía sentimiento, “no como ahora que no quiero ni prender un radio, porque todo es pura brincadera”, expresa.   
Esos eran tiempos buenos. Segundo estaba “muchacho”. Subía y bajaba cerros con su guitarra al hombro, como si fuera esa la flecha de cupido y él quien lanzaba el flechazo a través de la voz. 
Segundo tocaba el “sereno” con su hermano Manuel y se iban hasta el recinto Taina de Santa Ana, caminando. Hasta  Visquije se iban por tres o cuatro días para ayudar en la conquistas. Caminaban día y noche con sus linternas a pilas y una cuchilla envainada. Se perdían por semanas y cuando por fin regresaban a casa, la encontraban vacía porque  sus mujeres se habían marchado, cansadas del abandono conyugal. 
“Las mujeres querían la calentura del hombre”, dice y ellos se desaparecían por tanto tiempo que ellas terminaban enfriándose y dejándolos. 
Esa historia se repitió varias veces. Por eso hasta ahora son solteros. 
Pero a Segundo Moreira la inevitable vejez le llegó de noche y se le metió al cuerpo mientras dormía.  Porque un día se acostó con la fuerza de un caballo y al otro ya no podía ni pararse. 
Parecía como si los años hubieran pasado por él con  el rigor de diez mal vividos. A sus 81 se ha enfermado de todo, las piernas están tullidas y camina enredando los pasos, dando trotes de dignidad.  
“Vea”, dice mientras levanta el dedo con sabiduría.  “La música de antes era linda, los valses, boleros, pasillos no se olvidan nunca. Uno bailaba apretadito”, refiere.  
Segundo y Manuel cantaron en los tiempos en los que no se pagaba por un  “sereno”. Cuando la gente agradecía con gallinas y currincho y en los velorios repartían bollos. A veces se les unía el “finado” Malaquias y se iban por las tabladas, arriba, y caían al otro lado, en las quebradas. Segundo dice que tocaron en el velorio de Don Arnulfo García. Cantó música triste toda la noche y la gente terminó borracha de tristeza y no de luto.  
>manuel y su guitarra. ¡Ejeeeeeee!, le grita Segundo a su hermano Manuel que recoge habas en el patio. “Ven pa’ca”. Manuel responde con un ¡hujuuuuuuu! que se escucha potente a pesar de sus 83 años. 
Él aún toca la guitarra y dice que cantándole al amor conoció padres tan celosos que primero tenían que conquistarlos a ellos y luego a las “muchachas”.  Recuerda, por ejemplo, que el finado Efraín le daba currincho al papá de la chica que le gustaba para que la dejara asomarse a recibir el “sereno”. 
Y así siguieron por muchos años, enamorando y sin amor. Hasta que se desbarrancaron en el precipicio de una vejez infame que les hacía  olvidar las canciones. Y Segundo, con la curiosidad de un niño, le preguntó a un amigo por qué pasaba eso y él le respondió: “No sea pendejo, que la música de nosotros es la que vale y es la primera. No esa brincadera de ahora”.
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