Inició su oficio en El Carmen, casi a la par con la cantonización, recuerda que el lugar en el que está, en la calle 4 de Diciembre y Eloy Alfaro, era pura maleza. “Ya todo ha cambiado”, dijo con nostalgia.
Francisco es quiteño, y cuando tenía diez años perdió a sus padres producto de una terrible enfermedad, razón por la que fue acogido por Segundo Molina.
Él se convirtió prácticamente en su padre, brindándole todo, y como era zapatero, le enseñó el oficio a Francisco.
Con 25 años de edad y un compromiso matrimonial adquirido, Francisco vio la necesidad de independizarse y fue ahí que emigró a Santo Domingo de los Colorados, luego a Quevedo y finalmente a El Carmen, en donde se radicó.
“Fue una tierra que a mi esposa y a mí nos encantó, y decidimos quedarnos porque vimos que había futuro”, dijo Francisco.
Trabajo. Él manifestó que cuando se inició como zapatero en El Carmen tenía mucha demanda, porque había personas que se hacían confeccionar los zapatos.
“Cuando había desfiles era bonito porque la demanda de fabricación era bastante, la mayoría de personas venían a que les hiciera un par de zapatos, ahora ya no es así”, señaló.
Dijo que por la década de los 70 y 80 fabricaba hasta dos pares de zapatos diarios, pero de a poco los pedidos fueron bajando, y en la actualidad ya no los elabora.
Recuerda que los precios por cada par de zapatos iban desde los doce sucres hasta los 25, y cuando hubo el cambio de moneda llegó a venderlos hasta en 60 dólares, comentó.
Este ciudadano oriundo de la Sierra hizo de Manabí su segunda casa, en El Carmen formó su familia procreando cinco hijos, que ahora son profesionales.