Actualizado hace: 938 días 7 horas
Narraciones
Leyendas que identifican

La Cascada de Peguche es un lugar místico de Otavalo donde todas las leyendas, afirman moradores, tienen algo de verdad.

Sábado 15 Julio 2017 | 21:37

 Aunque han pasado los años, los habitantes de este sitio han fortalecido y transmitido a las nuevas generaciones todos sus conocimientos, costumbres y tradiciones que recibieron de sus ancestros. Entre ellas está la leyenda de la Cascada de Peguche, según diario La Hora.

Mishelle Santillán, indígena del lugar y conocedora del tema, afirma que en torno a esta “mágica” cascada hay varias leyendas que han permanecido vivas a lo largo de los años dentro de su entorno. 
“Los abuelos son prácticamente los encargados de difundir este tipo de historias para que se compartan entre nosotros”, agrega.
Hay una cueva. Una de las leyendas en torno a la Cascada de Peguche señala que en su interior existe una cueva donde está una paila llena de oro.
Se dice que esta enorme cacerola está custodiada por dos grandes perros negros, y a un costado de ella está sentado el diablo con un plato de arena, que es intercambiado por la paila de oro a manera de préstamo para quienes desean hacer negocios con este personaje. 
La condición es que a diario se vaya desechando un granito de arena, y si el plazo se vence y el pago no se efectúa, cuando se termina hasta el último rezago de arena, el diablo se apodera del alma de quien realizó el trato.
El “cortacabezas”. Cuenta la leyenda que una tarde, hace muchísimos años, el jefe político de Otavalo había viajado a Peguche por invitación de un indígena en cuya casa había una fiesta y la bebida era abundante. 
El hombre tomó un trago y luego otro y otro, hasta perder la cuenta. Como ya se acercaba la medianoche, se despidió de su anfitrión y de los invitados, montó su caballo e inició el viaje de retorno.
A las 00h00 en punto pasó por la Cascada de Peguche, y de pronto el caballo se detuvo. Ante esto, el jefe político pensó que lo mejor sería bajarse de este para revisarlo, y cuando lo hizo se dio cuenta de que echaba espuma por el hocico.
A pocos pasos vio algo que lo llenó de terror: un ser que no tenía rostro ordenaba a varios indígenas que se formaran en fila. 
Cuando estuvieron listos, el misterioso personaje llamó al primero de la hilera y con una gran espada le cortó la cabeza, y lo mismo hizo con los siguientes.
En ese mismo instante, el caballo salió despavorido del sitio y, para suerte del político, logró sostenerse de la cola del animal y huir con este. 
Al hombre no le sucedió nada, pero su caballo enfermó y murió al día siguiente.
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