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Tema del Día
Ser ilegal en EE.UU. la alejó de su familia durante 21 años

La noche del martes, cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Guayaquil, María Caldas se sentía ansiosa.

Viernes 24 Febrero 2017 | 09:00

Llevaba 21 años sin ver a su familia. Esperaba en una fila su paso por Migración y recordó aquel 14 de septiembre de 1996 cuando emigró a Estados Unidos. Llegó a ese país como ilegal. Debido a aquello, su retorno a Ecuador era imposible.   
Ese martes en el aeropuerto estaba emocionada. Recuerda que su rostro enrojeció y al llegar a la sala de espera respiraba de forma extraña. Como si un globo se inflara lentamente en su pecho.
Y allí estaba toda su familia. Unos llevaron pancartas, y otros, globos. “Yo estaba en shock”, dice María. “Quería abrazarlos. Mis siete nietos se hallaban en hilera. Atrás estaban mis cuatro hijos. También llegaron mis hermanos. Es complicado describir lo que sentí. Fue el sueño de mi vida. Esperé 21 años para eso”, expresa.
Son las 11h00 del miércoles  y ese es el mejor recuerdo que tiene María de su retorno. Lleva 14 horas en Ecuador. Hace pocos minutos terminó de desayunar. Se levantó tarde porque la noche anterior su familia la recibió con una fiesta.
“Aún recuerdo que cuando me fui de Ecuador nos escribíamos cartas. Fue una despedida dolorosa”, dice. 
María dejó el país en 1996. Ecuador atravesaba una crisis financiera y política. En ese entonces era docente de una escuela fiscal. Ganaba poco y le pagaban con dos o tres meses de atraso. En ese año su esposo murió de insuficiencia renal. 
María quedó con cuatro hijos y no vio más opciones que migrar. “Vendí mi casa y compré  una más pequeña. Con el resto del dinero viajé a Estados Unidos. Mi meta era estar allá solo tres años, pero luego empecé a trabajar. Me pregunté: ‘¿Qué hago en Ecuador sin tener buenos ingresos?’. Así que me quedé, pero cada semana me comunicaba con mis hijos, nunca los abandoné”, indica.  
Al principio se comunicaba por teléfono. También enviaba seis cartas cada mes. Luego el Internet y las videollamadas acortaron las distancias.
Pero ella seguía sintiendo los golpes de la soledad. Un vacío en su vida.  “Cada vez que veía a mis nietos por fotos o en videollamadas, me emocionaba. Prácticamente seguía sus vidas a través de voz y pantallas. A veces quería que me deportaran para volver a verlos, pero tenía que trabajar, tenía que hacerlo por ellos”, señala. 
La vida de un indocumentado. Cuando se es ilegal, la deportación está a la orden del día. Un indocumentado no tiene derechos, explica María Caldas. 
Prácticamente no existe. Es una vida con documentos falsos, tarjetas de crédito prepagadas y teléfonos celulares sin contrato. “Hay mucha gente que piensa que si estás 10 años en Estados Unidos te dan la residencia, pero no es así. Yo tardé 21 años en obtenerla”, cuenta. 
Aquello hace que los migrantes sin papeles trabajen en cualquier actividad a través de agencias de empleos.  A María le sucedió eso.
Llegó a Estados Unidos a la casa de una amiga en la ciudad de Long Island, estado de Nueva York. Allí vivió tres años. Luego cambió de sitio en busca de trabajo y se mudó a Queens. Finalmente llegó a Carolina del Norte.
En estas ciudades laboró evacuando escombros de estructuras quemadas o demolidas.  
Se colgó de un arnés para limpiar los ventanales de edificios.  Incluso trabajó para Time Warner, una empresa de televisión por cable. Tenía que meterse entre las paredes y los pisos para limpiar ductos y colocar el cableado. “Es un trabajo complicado, hay que arrastrarse como ratas en pequeños espacios. La vida allá no es fácil”, explica. 
Estados Unidos es un país de 11 millones de indocumentados.  La Constitución de ese país los  protege. Uno de los principales derechos es ir a la corte para defender la permanencia y evitar ser deportado. 
Además, si un agente de inmigración los detiene, pueden guardar silencio y llamar a un abogado. 
María conoce todos esos procesos, aunque dice que en los 21 años que estuvo como ilegal nunca la detuvieron. “Jamás me escondí de Migración. Sí tenía miedo, pero nunca lo hice. Incluso llegué a conducir sin tener licencia. Un abogado siempre nos decía: ‘El hecho de que seas ilegal no te hace perder tus derechos’”, añade. 
Actualmente María tiene la residencia americana. La consiguió en febrero de este año, a través de la Visa U.
Este es un estatus de no inmigrante que otorga el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos a personas que han sido víctimas de crímenes.  
María aplicó luego de haber sufrido  un asalto.  “Apenas obtuve la residencia, inicié los trámites para regresar a mi país. Moría por ver a mi familia”, señala.
Una historia a la distancia. ”Mira, mami, estoy aprendiendo esto”, dice Fiorella, de ocho años, mostrando un cuaderno lleno de letras.   
Su abuela, María, observa lo escrito y contesta: “Qué bien, mijita. Haga bien esas rayitas”. Fiorella la abraza. Le da un beso. María sonríe. Es su primer día con ella. Es la primera vez que siente las caricias de su nieta. 
“Esta chiquita ayer (el martes) que veníamos en el carro me observaba atentamente, no dejaba  de  abrazarme. No he vivido con ellos, pero parece que hubiera estado siempre.  Amar es como yo amo a estos niños”, expresa. 
La primera vez que vio a Fiorella fue a través de una fotografía. Recién había nacido. Lo que pensó en ese entonces es que la vida de su familia pasaba frente a sus ojos y ella estaba muy lejos para tocarla.
Son sentimientos a distancia. Durante 21 años ella guardó todas esas imágenes. Algunas las colgó en la pared de su casa y pasaba horas mirándolas. “Fueron tantos los momentos perdidos: Día de la Madre, Navidad, Fin de Año, todos lejos de mi gente”, señala. 
La distancia le ha hecho pasar momentos difíciles. La muerte de uno de sus nietos fue el más duro. Tenía 12 días de nacido. La noticia le llegó a través de una llamada. Quiso regresarse, pero no podía. Quería estar al lado de su hijo y darle fuerzas. Fue una impotencia tremenda, dice. Solo le quedó llorar. 
Otro momento complicado fue el terremoto del pasado 16 de abril. Se enteró de la noticia a través de las redes sociales. Logró comunicarse con sus hijos y le dijeron que estaban bien. Ese día, recuerda, casi le da un infarto. Ese fue otro instante en el que quiso dejar todo y regresar a Ecuador .
“He luchado tanto por esa residencia”, explica María. “La gente piensa que vivir en Estados Unidos te da bastante dinero, pero a veces solo te alcanza para vivir. Yo llegué a tener tres trabajos a la vez y apenas me alcanzaba para ayudar a mis hijos”, expresa.
¿Y ahora, con Donald Trump, cómo están las cosas?
“Él quiere deportar a toda la gente. Quiere hacer un muro y sacarlos a todos”, responde. 
Dice que muchos amigos le dijeron que no viniera a Ecuador, porque después no podría entrar nuevamente a Estados Unidos. 
A esa advertencia ella siempre tuvo una respuesta: “Si Trump no me deja entrar, me quedo en mi país. He esperado 21 años por la legalización, y ni siquiera él impedirá que vea a mi familia”.  
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