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Las repoblaciones ideológicas
Las repoblaciones ideológicas
Por: Víctor Corcoba Herrero

Viernes 17 Febrero 2017 | 04:00

El mundo cada día tiene más asignaturas pendientes. Tan importante como progresar humanamente es reactivar el cese de hostilidades a través de diálogos verdaderos, sin otro empeño que crecer como humanidad en legitimidad y en valores. A veces nos perdemos con historias que lo único que fomentan es la histeria colectiva, fruto de argumentaciones ilógicas y debates violentos. Hay tantos intereses en ocasiones que, en lugar de conversar y tomar en serio a quienes sostienen ideas distintas a las nuestras, propiciamos exclusiones, lo que hace arduo el entendimiento y la dinámica de la comunicación que crea relaciones sumamente necesarias e imprescindibles en un mundo globalizado como el actual. La sumisión a ciertas ideologías maliciosas nos están dejando sin alma, sin espíritu humano; y, lo que es peor, sin nervio, pues nos tienen colonizado el pensamiento con la maldad.

Cuando se puede evitar un mal es necedad aceptarlo. Tengámoslo presente. Nos hemos acostumbrado a vivir para las modas, aunque nos lleven a malos hábitos. Vivimos en la apariencia permanente, y esto es un grave error. Debiéramos ser más auténticos, más nosotros en el yo que se entrega, menos perversos. La degeneración inevitablemente va unida al dinero. Si el corazón no cambia difícilmente vamos a activar valores solidarios que nos reconstruyan como gentes de hondura. Sólo, desde nuestro interior, podremos reconocer nuestras debilidades. Sin duda, tenemos que cambiar de lenguaje, afrontar de una vez por todas una comunicación más eficaz que estimule el hermanamiento, a través de la imaginación y la sensibilidad afectiva de aquellos a quienes queremos invitar a un encuentro, porque al fin es mediante la concurrencia de ideas como podremos solventar los problemas que nos corroen y socavan como seres pensantes, máxime en un momento de tantas repoblaciones ideológicas.
Son muchas las catástrofes humanitarias que podrían evitarse a poco que pusiéramos en significación la vida humana. Sin embargo, lejos de decrecer, aumentan los calvarios, el desastre de pueblos enteros y ciudades milenarias arrasadas por la brutalidad de contiendas inútiles y absurdas. Por eso es bueno, a mi juicio, premiar a líderes que ofrecen esperanza y aliento a la ciudadanía, como lo ha sido recientemente el pueblo colombiano, retribuyendo con el Premio Nobel de la Paz a su Presidente, Juan Manuel Santos. No tiene sentido alargar un conflicto que tiene tras de sí una historia cruel, de más de ocho millones de víctimas, incluidos cientos de miles de muertos, y unos seis millones de personas desplazadas y refugiadas. Lo importante es avivar la reconciliación, cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas que armonizan y como pueblo fraternizado. ¿Para qué ahondar más en las heridas, dividir injertando odios y venganzas, en lugar de multiplicar abecedarios comprensivos y tolerantes? Ya está bien de dejarnos llevar por el egoísmo, de adormecer nuestra conciencia, de justificar lo injustificable. 
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