Ahora bien, esto lo digo como un halago. Las películas de Zemeckis han estado tradicionalmente del lado del público, han sido claras y entretenidas, transparentes y honradas, en fin, han sido generosas y complacientes con la audiencia: dentro de ellas, digamos, el espectador jamás estará perdido, pues siempre encontrará a la mano la información suficiente para no descarrilarse de la historia.
En ese sentido, ‘Aliados’ funciona a la perfección, casi como un aparato metálico con aspiraciones sentimentales. La historia transcurre en plena Segunda Guerra Mundial, y tiene en el centro de la trama a una pareja de espías que deben fingir estar casados para llevar a cabo una misión secreta. Así, muy por encima, parecería una película simple y acaso también reciclada, pero los protagonistas son Brad Pitt y Marion Cotillard, y francamente verlos juntos y en acción agrega mucha plusvalía a esta propiedad; además, están la mirada, la mano y la moral de Robert Zemeckis, un director que quiere ganarse al público a toda costa, pero nunca cae en la desesperación o en el ridículo, muy al contrario, celebra las formas del cine clásico: filma como los grandes, como si todo lo que estuviese pasando en la pantalla fuera de vida o muerte, y explota con la cámara todos los recursos de la belleza cinematográfica. A ratos, ‘Aliados’ parece una especie de lección de cine, una clase didáctica de cómo hacer una película que funcione; y en sus mejores momentos se siente como la obra de un artesano que se ha perfeccionado en el oficio a través de los años.
Y sí, claro que sí, Brad Pitt y Marion Cotillard terminan inevitablemente enamorados y su amor se vuelve más importante, intenso y urgente que la misma guerra.
Al final, esta es la historia de una pareja que florece en el momento menos apropiado, pero así es el amor, aparece de repente y nos ocupa por completo.