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Crónica
Operador “hasta los tuétanos”

Tras el desayuno, se coloca un casco de protección y no lo deja hasta retornar a la cama. Cuando no lo lleva, lo extraña.

Domingo 14 Febrero 2016 | 04:00

Don Isauro Intriago es un representante de los pioneros en la conducción de maquinaria pesada en la provincia.

Trabajó en los tiempos en que para desplazarse de un cantón a otro se tomaba horas y hasta días, debido a las agrestes carreteras que impedían que los vehículos transitaran a velocidad.
Agradece la entrevista y menciona lo que representa para él salir en un medio escrito, ya que para sus conocidos es importante que sepan quién es él, así como lo que hizo en una vida detrás del volante, y de un tablero poblado de palancas.
“Fui y seré operador de equipos camineros. Esa fue mi profesión de toda la vida”, expresó Intriago, dejando claro que nació en El Rodeo de la parroquia Riochico de Portoviejo.
En 1950 fue parte de una de las grandes empresas constructuras que llegaron al país (Ambursen). Ellos tenían como norma general el uso del casco desde el primer día y quien no se lo colocaba en horas laborables, era multado. La sanción a veces se descontaba de las horas extras y todo por la desobediencia.
“Trabajé 24 meses para la compañía norteamericana en la carretera Manta-Quevedo. Estuve a cargo de una máquina dedicada al asfaltado y llegué al puesto luego de un seminario que tomó meses, y que me sirvió para abrirme paso en el oficio”, indicó. 
Argumentó que luego de aprender hasta el mínino detalle la manipulación de asfaltadoras se convirtió en instructor de sus compañeros.
Desde entonces el casco lo acompaña.
“A veces cuando ya no me ven con el casco mis amigos me dicen en son de broma que me van a comprar uno, porque me lo robaron. Es algo que se me hizo un hábito y el día en que no me lo pongo me enfermo”, recalcó.
Pero don Isauro no se contentó con manejar maquinaria pesada. Un día le pasó por la mente aprender otra actividad y así contar con nueva herramienta para enfrentarse a la vida.
En un tiempo (no recuerda el año) se dio la exportación de sombreros de paja de mocora, y con ello inició el boom de las máquinas de coser. La ocasión no pudo ser mejor para Intriago, porque tuvo la oportunidad de brindar servicio técnico en la reparación y potenciar lo que sería su almacén. 
“He dejado un legado”, señala el personaje mientras sus ojos se ponen brillosos y la mirada se pierde en su taller como rememorando esos instantes en que la agilidad de los años mozos le permitían desplazarse a los cantones para servir a los clientes.
En ese afán de servicio vio en su familia un soporte y una manera de prolongar sus conocimientos, mejorándolos por medio de los estudios.
Fue así que logró que sus hijos sean maestros calificados en la reparación de máquinas de coser.
“Son mi mayor orgullo y la prolongación de mi existencia”, refirió.
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