De pronto lo asustaron, después iniciaron la persecución, cortándolo, derribándolo, mutilándolo. Al paso dijo una señora, supuestamente de estirpe portovejense, que el algarrobo era un árbol sucio, y yo le contesté, con mucha cortesía, que también hay conciencias sucias. Este árbol llamado algarrobo, de viejas informaciones en documentos históricos de la región, no sólo fue la sombra del cansancio y la fatiga de los campesinos que llegaban al mercado de Portoviejo, después de una larga travesía; fue también el alimento diario de asnos, caballos, yeguas y mulares, amarrados al poste de este árbol, que se desvestía para arrojar los alimentos a sus amigos de la vida cotidiana. Pero hay muchas cosas más que decir: ¿Quién no tomó purgante de algarrobo, que en el mercado se lo conoció con el nombre de algarrobina? Qué fácil es olvidar la historia de los árboles de la región, hoy locamente reemplazados por palmeras que dieran la impresión que son parte de un jugoso contrato.