La ya superada pugna entre miembros del Ejecutivo y representantes de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana derivadas de las declaraciones del arzobispo de Guayaquil, monseñor Antonio Arregui, sobre el diálogo propuesto por el régimen, fue un reflejo de poca tolerancia frente a opiniones que incomodan al poder.
El pluralismo, la tolerancia y el respeto son tres valores de toda sociedad democrática que no pueden soslayarse bajo ningún pretexto. Es más, los gobiernos deberían defender y garantizar que los ciudadanos, de cualquier condición o tendencia, expongan sus puntos de vista con absoluta libertad.
Ha ocurrido en varias ocasiones que personas que disienten de las opiniones o políticas de determinados grupos son censuradas y, a veces, expuestas públicamente a manera de escarnio.
Cuando existen llamados a diálogos para buscar consensos y puntos de vista convergentes en torno a la problemática nacional, es necesario que se tiendan puentes. Conversar, bajar las tensiones y dar por superado un impasse originado por la opinión de un prelado que, antes que un religioso, es un ciudadano, es una buena muestra de ello que bien puede aplicarse en otros ámbitos como el político, donde los ataques suelen ser más fuertes.