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Claudio de Castro
Eres mi hermano

Jesús es tan real para mí, como tú que lees estas líneas. Es una presencia que no se puede explicar con palabras. Debes vivirla. Es alguien maravilloso, único, Él es.

Miércoles 01 Julio 2015 | 04:00

 Una vez lo visité en un sagrario cercano a mi casa y ocurrió algo especial. No imaginas la ilusión que me daba ir a verlo. Es mi mejor amigo desde que era niño. Nunca he tenido otro amigo como Él. Fui a verlo para acompañarlo un rato. Tenía mucho que contarle. Es curioso, aunque tengo la certeza de que sabe lo que le diré, que conoce mis pasos y mi vida, igual me ilusiona contarle todo, compartir con Él mi vida.

Aquella ocasión lo miré de frente y le dije desde la banca: “¿Por qué no sales de ese sagrario y te sientas aquí, conmigo?” No había pasado ni un segundo cuando sentí su presencia, a mi lado. Un gozo inexplicable me inundó el alma. En aquella capilla cerrada una leve brisa me envolvió. Era como si Jesús me abrazara. 
Cerré los ojos para verlo con los ojos del alma y allí estaba, sentado a mi lado, con su túnica blanca, brillante como el más puro sol, con un brillo espectacular, hermoso. Me abrazó con fuerza y sonrió a gusto. Recuerdo que le dije: “Gracias Jesús, por ser mi amigo”. Y respondió: “Gracias Claudio por ser mi amigo”.
Él es lo más grande que le ha pasado a mi vida. Me encanta que sea mi amigo. Es un gran amigo. Lo da todo por ti. Se emociona cuando te confiesas, cuando piensas en Él, cuando le dices que lo amas. Sonríe a gusto ilusionado cuando lo visitas en el Sagrario. Lo disfruta y le das alegrías.
Lo imagino como un niño que espera los invitados a su fiesta de cumpleaños. Pasan las horas, ninguno llega, se inquieta y entristece: “¿Vendrán a verme?”, se pregunta sin dejar de asomarse por la ventana. Y de pronto la puerta se abre… y eres tú. Él salta feliz. Empieza a llamarte por tu nombre con el corazón que le salta en el pecho. “Llegaste a verme, ¡¡gracias!! Estaba tan solo aquí, esperándote”.
Hace una semana me confesé. El buen sacerdote me dio de penitencia rezar un Padre Nuestro. Quise acompañar a Jesús y rezar frente al Sagrario. Lo que ocurrió entonces fue increíble. Sentí que Jesús se sentaba a mi lado, más que contento, emocionado y me abrazaba feliz. “Bravo… Cómo me cuestas Claudio… pero, ¡lo hiciste!”. Y ambos nos sonreímos. Tiene cada ocurrencia.
Empecé a rezar el Padre Nuestro y me dice: “Espera, lo haremos juntos…” y Juntos empezamos a rezar: “Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre…” Fue un momento especial, que nunca imaginé. Éramos Jesús y yo, los grandes amigos, juntos en aquella capilla, rezando una oración milenaria, la que Él nos enseñó.
 
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