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Víctor Corcoba Herrero
¿Qué somos dentro de la madre tierra?

Martes 30 Junio 2015 | 04:00

Uno a uno, todos somos seres humanos perecederos; sin embargo, unidos formamos la humanidad y ya somos perpetuos. Sería bueno que esta lección de vida la considerásemos cada mañana. Al final el rastro humano es colectivo, somos lo que hacemos, no lo que pensamos ni lo que sentimos. Y así, tampoco es lo que hacemos, es lo que nos queda por hacer. De igual modo, no es el tiempo el que nos resta, somos nosotros los que le restamos a él. En definitiva, que nada es lo que parece, y lo que parece un sueño está rodeado de vivencias, conveniencias y apariencias. Al final de tanta fábula, el peor enemigo reside cuerpo adentro, por lo que la humanidad puede destruirse ella misma.

Bajo este triste faro de realidades, y a pesar de la huella dejada por el ser humano sobre el rostro pálido del planeta, sabemos que hacemos bien poco por promover la armonía con la naturaleza. En el fondo somos un desastre. Nos mueve la explotación en vez de la exploración. Nada parece estremecernos. Cada año celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra (22 de abril), renovando el respeto de boquilla, porque la situación es bien distinta. 
El planeta, único hogar que tenemos, lo hemos sembrado de situaciones absurdas, contrapuestas a los recursos naturales, que han afectado gravemente a la propia existencia de todos nosotros. Hace tiempo que se habla de promover de manera más ética la relación entre la humanidad y el propio mundo, la misma comunidad científica ha documentado la evidencia de que nuestra forma de vida actual es insostenible, pero lo cierto es que el futuro cada día se encuentra más degradado. 
El desprecio por la naturaleza, por sus procesos sustentadores de vida, ha hecho que la biodiversidad, que es garante de bienestar y equilibrio en la biósfera, sea mucho menor. Sin duda, cada día, por nuestra mala cabeza, tenemos descenso de capital natural. Está visto que el auge de parte de la humanidad en tiempos pasados ha convertido en desolación el planeta de hoy. Hasta que no reconozcamos como valor supremo la conservación y protección de nuestro hábitat, difícilmente vamos a mejorar las relaciones interconectadas entre los sistemas humanos y ambientales. Por momentos, la evasión es tan incuestionable, que es tan urgente como preciso adoptar una nueva forma de observar, para cuando menos poder desarrollar entornos más armónicos.
Naturalmente, hemos de evolucionar hacia otros modelos de conductas, hacia otras escalas de valores, para conferir otro espíritu de acción más considerado con la naturaleza que rodea a los seres vivos. 
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