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Hijos de agricultores, sin interés en el campo

Patricia recolecta el maní de mala gana. Tiene 18 años y hace poco se graduó. No sabe qué hará, pero está segura que no será en el campo.

Domingo 21 Junio 2015 | 09:00

Sus manos adolescentes sacan despacio y con fastidio la cosecha de la parcela de sus padres en la vía Portoviejo-Santa Ana. A unos 15 metros mamá y papá (que aprendieron el oficio de sus padres) hacen exactamente lo mismo, pero con agilidad y mejor ánimo.

Su nombre no es Patricia. Pidió que se lo cambiaran para este reportaje, pues le da vergüenza que sus amigos sepan que trabaja (o que la hacen trabajar) en agricultura.

“Es aburrido y además no se gana nada”, cree la joven. Su madre la escucha mientras cosecha y cuenta que de sus tres hijos sólo uno muestra amor al campo. “Los entiendo, esto es matador”, dice. 
DESENCANTO. Aunque no hay cifras entre los jóvenes hijos de agricultores hay apatía por el trabajo de sus padres. Esa cadena de bisabuelos, abuelos y padres campesinos pareciera debilitarse con los hijos. Agricultores, docentes, académicos y autoridades reconocen el complejo escenario.
En el sitio La Seca de Charapotó (Sucre), Segundo Mero, de 65 años, cuenta que sus cinco hijos en ocasiones ayudan a sembrar. Todos, al igual que muchos jóvenes de la zona, han migrado hacia actividades  como albañilería, comercio y pesca. Segundo confiesa que no sabe qué pasará con su finca. “Supongo que la han de vender, qué sé yo, será cosa de ellos”, bromea.
Cerca de allí, en el sitio La Rafaila, detrás de la casa de caña de Adela Reina, de 67 años, la ladera se tapiza de dorado con las matas de maíz que sus tres hijos cosecharon. “Nunca han dejado de sembrar”, cuenta con orgullo, pero sabe que son la excepción. Muestra a su alrededor predios sin cultivar, otros arrendados y casas donde padres viven en el campo mientras sus hijos trabajan en la ciudad. 
ABANDONO. Euspicio Cevallos Bravo avanza al fondo de la Unidad Educativa 3 de Mayo de Riochico (Portoviejo) y muestra los cultivos que planta con sus estudiantes.
Este ingeniero agrónomo tiene 59 años y 30 como profesor. Las prácticas las hace con cuatro cursos,  unos 120 estudiantes, de los que calcula, sólo 15 muestran real interés por el agro. “El campo va a quedar abandonado”, dice con algo de pesimismo.
En este plantel, la rectora encargada, Margarita Vélez, informó que hace unos cinco años se quitó la especialidad de técnico agropecuario. Ahora se ofrecen alternativas como conservería de alimentos y comercialización y ventas.
Entre los alumnos de allí hay criterios diversos. Xavier Palacios tiene 15 años y quisiera sembrar como lo hace su papá. Espera seguir alguna carrera relacionada con la agricultura.
Néicer Bailón no opina igual. Tiene 12 años y cree que trabajar la tierra es muy difícil. Él sueña con ser médico cirujano y operar el cerebro o el corazón de algún paciente y salvarle la vida.
Euspicio considera que hay un desinterés generalizado entre los jóvenes por el campo. Él mismo lo vive: tiene cuatro hijos y sólo uno muestra buena predisposición cuando lo acompaña a las tareas agrícolas.
TECNIFICACIÓN. “El problema es tan grave que el padre agricultor le dice a su hijo no te quedes aquí”, reconoce Xavier Valencia, coordinador zonal del Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca (MAGAP).
El funcionario señala que es un problema que lleva décadas y que tiene variables como la educación, la creencia que lo urbano es mejor, y la desatención que hubo desde el Estado.
Señaló que antes la entidad tenía cerca de 30 técnicos de campo y ahora llegan a 350. “La mayoría son jóvenes y pueden hablar en su mismo lenguaje y atraer a los hijos de los agricultores”, dijo.
Uno de esos técnicos es Manuel Rodríguez. Es director zonal de riego del MAGAP. Tiene 30 años, es hijo de agricultores y estudió en un colegio técnico agropecuario en Canuto (Chone).
Cuenta que en reuniones con asociaciones de agricultores se evidencia el problema: todos tienen unos 50 años en promedio. 
“Un sistema de riego, por ejemplo, con tecnología de presurización o por goteo es mucho más fácil que un joven lo implemente. Un agricultor casi anciano difícilmente dejará de regar con un canal abierto con baja producción y desperdicio de agua”, observa. 
PROYECCIÓN. Merlín Suárez tiene 24 años y está en octavo semestre de Agronomía de la Universidad Técnica de Manabí (UTM). Nació en el sitio El Cerezo de la parroquia Ayacucho de Santa Ana, donde fue el único de diez hermanos que se animó a sembrar la parcela familiar.
No le fue mal, gracias a las técnicas que aprendió en la universidad cosechó unos 350 quintales de los que calcula tendrá unos 1.800 dólares de ganancia neta. Luego de graduarse piensa hacer una maestría en Fisiología Vegetal. 
“Cada vez hay más gente y todos necesitan comer, esta es una profesión con mucho futuro”, dice con optimismo.
FUTURO. Ahora que Patricia se graduó piensa en su futuro. Quiere ir a la universidad. Sacó 670 sobre 1.000 en la prueba de ingreso y aplicará para idiomas. Cuenta que a casi todos sus amigos, aunque vienen prácticamente todos de familias campesinas, a pocos les gusta la agricultura. Prefieren ir a la ciudad, pasear en el shopping, ver algo en el cine. En la televisión el programa favorito de Patricia es la lucha libre y el personaje que la cautiva se llama Dean Ambrose, un peleador estadounidense de chaqueta, jean y cabellera revuelta. “Le gusta ser libre y que nadie le imponga nada”, comenta y sonríe.
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