Allá le habían ofrecido un trabajo como guardia en una camaronera, pero cuando le comentaron lo que les había pasado a los cuidadores anteriores casi que se arrepintió de aceptar el trabajo.

“Llegamos y todo estaba bien, me presenté y empecé a trabajar. En uno de esos primeros días me entró la curiosidad y pregunté por qué los otros guardias habían dejado su trabajo. Me dijeron que no era que habían renunciado, sino que los habían matado a machetazos, que por esa zona era algo normal que asesinaran a un guardia, en especial los ‘piratas’ que entraban a robarse los camarones”, cuenta.

La reacción inicial fue de miedo. “Me entró un frío en el cuerpo y me quería venir, pero ya estaba ‘embarrilado’ y me tocó seguir”, narra Posligua. El hombre cuenta que estuvo varios meses trabajando y conoció que la temporada mas peligrosa para hacer guardia era cuando el camarón ya estaba “echando bigotes” (crecido). En ese tiempo era cuando había enfrentamientos con ladrones.

“Un día me encontré a tres personas deambulando por el lugar y tuve que ahuyentarlos. Por lo peligroso del lugar había la disposición del dueño de las camarones de echar bala a quien se apareciera, pero no fue necesario disparar”, manifiesta.

Ahora se dedica a la venta de plátanos en el sitio Mejía.