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Tres historias de amor y autismo

Ariel tenía un año y medio cuando pasó terapias de lenguaje, evaluaciones de audición, resonancias magnéticas, electroencefalogramas, consultas piscológicas...

Jueves 02 Abril 2015 | 07:00

Su madre Lady Amén llevó ese peregrinar de médicos y estudios que empezó por las dudas respecto del tardío desarrollo del habla. Casí un año después, por primera vez, tenía un diagnóstico ratificado y seguro entre las manos: tenía autismo.

“Yo no sabía nada de eso, lo primero que hicimos fue buscar en internet”, explica esta madre que, ahora cuando Ariel tiene ocho años, ya es una autodidacta en este trastorno que dificulta el desarrollo, la comunicación y la interacción social de quienes la padecen.
No sólo ha consultado decenas de libros, especialistas e instituciones, sino que ha formado un “ejército”, como ella lo llama, alrededor de su hija.
Ariel se perturba con sonidos fuertes, le molestan cambios de rutina, le cuesta comunicarse.
Actos como cortarse el cabello o ir al dentista fueron retos que ahora son frecuentes gracias a la gestión de su madre que ha buscado por su propia cuenta a las personas más adecuadas para interactuar con ella.
Lady cuenta que su principal objetivo es lograr que Ariel se integre totalmente. Así, por ejemplo, ya desarrolla fluidamente actividades como la natación y el dibujo.
Pero no es fácil, la mañana  de ayer el profesor de su curso invernal de pintura no llegó. El cambio de la rutina provocó una crisis emocional en Ariel quien esperaba con ansias la clase.
“Ahí debo hacer se concentre en otra cosa, que cambie su enfoque”, cuenta esta madre que ha llegado a conocer en detalle el mundo de su hija autista.
Boris. Las madrugradas de Boris Intriago Bowen están llenas de música y tiempo.
Tiene 23 años y sólo a los 15 le diagnosticaron autismo. Desde su niñez, cuando ya mostró signos de deficiencias para comunicarse, sus padres Baltazar y Mercedes no han dejado un día de luchar para incluirlo en todo tipo de actividades.
Así él ha desarrollado un singular mundo a su alrededor donde tiene aficiones como la de contabilizar el tiempo de las canciones que escucha sobretodo en las madrugadas. Su cuarto está lleno de discos de todo tipo de géneros y adornado con cuadros del Chavo del Ocho su personaje favorito.
Mientas juega con legos en el piso, Boris muestra su habilidad con las fechas: es capaz de decir de inmediato  el  día exacto de la semana dándole el número del día y el mes de cualquier año, sea en el pasado o en el futuro. Él sabe qué día cae la navidad del 2037 y el año nuevo de 1943.
Mercedes, su madre, cuenta que cuando algo le enoja le escribe una carta. De hecho escribe el listado de las 36 cosas que le gustan, las 17 que no y las 11 cosas que siempre ha deseado.
Baltazar, su padre, resalta con orgullo su habilidad para las matemáticas: a los tres años pidió de regalo una calculadora.
Nataly. El rostro de Nataly tiene unas delgadas marcas, como de un una caída o un arañazo.
“No tengo cómo preguntarle qué le pasó”, cuenta su madre Verónica Andrade.
Nataly a sus seis años es capaz de cantar, de decir muchas palabras, de pedir cosas pero difícilmente puede hablar de sí misma.
“Lo que más quiero como madre es poderme comunicar con ella”, confiesa su madre que es la presidenta y fundadora de la agrupación “Un lugar para tus sueños”, que reúne a 30 padres de niños y adolescentes con autismo.
Verónica cuenta que tal como ha pasado con Nataly, que con terapias ha podido mejorar su comunicación y controlar su hiperactividad, desea que existan servicios públicios especializados para los niños con autismo.
Mientras habla su hija se acerca y le enseña en su rostro algo que ha practicado ya varios años y que domina de a poco: Abre un poco la boca, sube la comisura de los labios, sonríe y dice: “Feliz”.
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