Actualizado hace: 937 días 12 horas 15 minutos
Tradiciones.
La salvaje se había enamorado

“Hace mucho tiempo, las carreteras polvorientas del cantón Paján eran transitables solo en verano.

Martes 31 Marzo 2015 | 04:00

Allá adentro, en la parroquia Lascano, ahí donde los árboles de pepito, palo prieto, totumbo, plantados en las montañas cercanas y que recorre las aguas del río Mura, en aquel lugar lejano de Manabí,
había un camino angosto, lleno de huecos, fraguado por las pezuñas de burros, caballos y mulares, era la vía de Guale-Lascano, que conectaba con el mundo exterior.
En aquellos días, pocas eran las casas que a lo lejos se divisaban, con gente sencilla pero muy trabajadora. Las casas con olores perfumadas por el café maduro, tostado en cazuela de barro, árboles de guanábana y naranja, cargados de frutos, todo eso existía en abundancia.
Si uno se adentraba en los confines de Lascano, antes de romper frontera con la provincia del Guayas, allá donde se tejían con mocora hermosas artesanías, se tejían también leyendas, cuentos y amorfinos.
Se decía que cerca del recinto Los Vergeles, en una de aquellas casas apuntaladas en la cima de un cerro, todas las noches llegaba, hasta la punta, una salvaje, los moradores comentaban que ella vivía en la cascada Esperanza del Sota, en la parte de abajo, donde había una cueva, conocida con el mismo nombre. La salvaje subía y quedaba afuera, frente a esa humilde casita, esperando ver a un criollo del cual parece que estaba enamorada. Los que vivían en la casa, la escuchaban gemir con el característico sonido que emiten los salvajes, pero ellos no salían por miedo a que ésta los matara, o se los comiera. 
Aquel muchacho, sabiéndose pretendido, le comenzó a poner interés a la salvaje, porque, después de cierto tiempo, comenzó a llamarla con el mismo sonido que los salvajes emiten, y ella en precipitada carrera salía de la cueva y llegaba hasta donde estaba él, tan rápido corría que ni los tigres la igualaban; se quedaba contemplando al muchacho por largo rato y después se iba. Así pasó esto por muchos días y meses, hasta que después la salvaje le traía en canastos hechos con mocora: naranjas, guanábanas, guatusas, y hasta greñoso preparados por ella. 
La pareja no era bien vista por la familia del joven, fue hasta cierta ocasión que los padres le pidieron a su hijo que no siga recibiendo regalos de la salvaje, porque tenían miedo de que le pueda pasar algo, se sabía que los salvajes comían gente, pero aquel criollo hizo caso omiso de las advertencias de sus padres.
Cierta ocasión, allá por el mes de septiembre, víspera de las fiestas de la Virgen de la Merced, salió bien arreglado para ir al pueblo con sus amigos a la fiesta que realizaban en honor de la Virgen...
Esta fue la última vez que lo vieron”.
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