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Crónica
María y sus 6 hijos muertos

María se fue con marido a los 11, y sus padres durante mucho tiempo no perdonaron al “asaltacuna” que se llevó a la niña de sus ojos.

Domingo 14 Septiembre 2014 | 12:05

Ella vivía en Babahoyo, en una de las haciendas de Luis Noboa, quien fue el hombre más rico de Ecuador. El padre de María era el mayordomo y ella tiene vagos recuerdos del amo y señor de la exportación del banano y del arroz. “Era buena persona”, dice.
En la hacienda bananera trabajaba José, un muchacho de 22 años que le puso los ojos a la niña. La ingenuidad de María y el loco amor repentino hicieron que acepte su ofrecimiento: marcharse y vivir como marido y mujer. Para evitar que los padres de ella los encuentren, decidieron ir a El Aromo, a la casa de la familia de José. 
La madre del joven se opuso durante un año a que tuvieran relaciones sexuales, porque había que esperar a que María se hiciera mujer. A los 13 años nació el primer hijo y murió a los 7 días. Y lo mismo les pasó a cinco más, de 1, 3, 7, 8 y 9 meses. “Era la anemia”, cree María.
 EN EL CEMENTERIO. Todos se hallan enterrados en San Juan de Manta, en el cementerio que está a 100 metros de donde vive María Ester Muñoz, de 57 años, ama de casa, dirigente de su comunidad y que puede pasar hablando sin pausa la tarde entera. Va de una anécdota de su vida a otra a mil por hora. Por momentos hay que pedirle que no deje inconclusas las historias. 
María cree que también algunos de los bebés murieron porque ella todavía era una muchacha en desarrollo y su cuerpo no estaba listo para ser madre. Cada vez que quedaba embarazada, la misma pregunta le rondaba en la cabeza: ¿Qué tiempo vivirá el bebé? El séptimo hijo ya no murió y tampoco los que vinieron. El que murió fue José, asesinado por un problema de tierras. En La Revancha tenía una parcela que la utilizaba para sembrar. El hombre que la raptó a los 11 y que ya había hecho las paces con los padres de María murió de un disparo. 
JUSTICIA. María gritó por justicia, porque sabía quién era el criminal. Y la justicia llegó. El asesino fue detenido y el juicio iba a empezar. El mundo es un pañuelo, y María sabe en carne propia que así es. Lo descubrió una tarde que fue al hospital a visitar a una amiga y vio a tres niños, todos hermanos, enfermos por anemia. Ella se ofreció a donar su sangre para ayudarlos. Habló con la madre de los pequeños y conoció que sus historias estaban enlazadas por un crimen. El padre de los niños era el que mató a José.
La mujer del criminal le contó que desde que su esposo estaba preso no tenían qué comer, y que vivían de la caridad de familiares y amigos. Ella rogaba que su marido fuera declarado inocente. María, siempre dada a hablar, ese rato supo que el silencio en ocasiones es la mejor elección.
Cuando le tocó su turno dijo quién era, y le prometió a su nueva amiga que no continuaría con el juicio. Y lo cumplió. Los niños anémicos iban a tener de nuevo a su padre cerca, y a ella no le quedaba más que seguir llevando flores a la tumba de José. María se salta a otra historia y habla de cuando trabajó en una farmacia, y luego viuda conoció a un taxista, y de la hija que vive en Venezuela, y del que es desde hace muchos años su pareja; pero bueno, esas son otras historias.
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