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El sueño americano
El sueño americano
Por: Ricardo de la Fuente

Miércoles 20 Agosto 2014 | 04:00

En la década de los sesenta y aún antes, millares de manabitas se largaron hacia Canadá y los Estados Unidos, en busca de mejores días.

 Entonces era fácil hacerlo; sólo había que tomar un avión y una vez en los países del norte, refugiarse en casa de algún amigo hasta conseguir un trabajo, que los había y en abundancia. No existían mayores restricciones ni controles y –aunque se tenía que trabajar duro para mantenerse en el empleo- los beneficios no se hacían esperar. Se ganaba, obviamente, mucho más que en Ecuador y demás naciones sureñas.

Durante décadas, el “sueño americano” atrajo a toda clase de migrantes hasta que las leyes y controles se endurecieron y comenzó el ingreso ilegal, que aún se mantiene aunque disminuido por las crecientes dificultades en las fronteras y además, porque ya no hay tanta bonanza en los países de destino y coincidentemente, la situación económica latinoamericana tiende a mejorar.
Pero he aquí una gran paradoja: mientras los ecuatorianos huían masivamente del país porque su realidad los condenaba a vegetar y mal subsistir, algunos cientos de miles de extranjeros –incluyendo al autor de estas líneas- llegamos a Ecuador como emigrantes, pero no para rompernos el alma trabajando y ganar en dólares, sino atraídos por el clima, los paisajes, las oportunidades de una pequeña nación subdesarrollada donde todo estaba por hacerse o, como en mi caso, para poner distancia con oprobiosas dictaduras militares. En otras palabras, los nacionales se iban para buscar trabajo mientras los foráneos llegábamos en procura de libertad. Y la diferencia entre unos y otros no estaba en el dinero, sino en la educación, lo cual explica por qué los recién llegados nunca tuvimos que fregar pisos o lavar platos, como tal vez nos hubiese sucedido en el norte del continente.
Recapitulando mis casi 40 años de vida en esta tierra, suelo decir que “he cumplido mi sueño americano sin haber pisado jamás los Estados Unidos”. Y es verdad. Aunque nos hayan querido robar el gentilicio, nuestros países del centro y el sur son también, mal que les pese, América. Y el famoso sueño que para muchos no es sino una casa propia, un auto, muebles, joyas y electrodomésticos, también se ha podido lograr aquí sin sacarse el aire madrugando en medio de heladas y tormentas y hablando idioma ajeno. Sólo es cuestión de ser honrado, responsable, constante en el trabajo y no tener que alimentar dos o tres familias.  Lo demás viene por añadidura.
 
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