Si bien es cierto Ecuador vive una transformación positiva en la obra pública, en la educación, salud y la equidad social, donde el punto más alto es la soberanía con un nuevo concepto de administración de un Estado, ahora justipreciado internacionalmente y en algunos estamentos modelo a imitar por otros países,  la figura del Primer Mandatario ecuatoriano es, por obvia razón psicológica, única e irrepetible y el electorado inteligente lo sabe.

La magna obra del actual Gobierno con su Ejecutivo a la cabeza no fue el referente para situar en rasero similar a candidatos locales y provinciales del oficialismo, cuyos ciudadanos establecieron la diferencia entre lo nacional y lo cantonal, entre Rafael Correa y los proponentes citadinos y provinciales, con las excepciones de rigor, cuyas vidas conocen de forma tangible o sus referencias de primera mano, y son sujeto-objeto de sus apreciaciones entre una gama de variados sentimientos.

En lo local y provincial no bastó el currículo de forma y la propuesta del plan operativo –en el que casi todos coincidieron- sino en la percepción personal del elector, el grado de aceptación o no de sus conciudadanos, de sus vecinos en el que el esquema ortodoxo que anida en el ser humano para dar prioridad a sus sentimientos de simpatía o antipatía prevalecieron en su deber cívico, por carecer el candidato ese “ángel” que tienen ciertos caudillos que es el imán que atrae a sus seguidores.

La lección pos electoral es positiva porque el triunfo es de la democracia y a ella tenemos que remitirnos, porque los elegidos están dispuestos a trabajar por las colectividades que les dieron su representación en las urnas. 

El Gobierno central se ha comprometido a colaborar directa y estrechamente con todos los alcaldes y prefectos del país, sobre la sustentación de proyectos que beneficien sus zonas de influencia con criterio integral de desarrollo en todos los ámbitos, en una articulación directa con la política macro de un socialismo del Buen Vivir.