Su trascendencia es tal que la naturaleza sería inerte sin el agua, dependiendo la existencia de toda la humanidad de este elemento. Concomitantemente, su ausencia definitiva significa la muerte.

Lamentablemente, la inconsciencia del hombre está, de a poco, trazando el camino que lo llevará a su propia extinción, de seguir su proceder depredador: Deforestando los campos, envenenando mares y ríos, contaminando la fuentes subterráneas y contribuyendo a la desaparición de la capa de ozono que aviva el denominado calentamiento global. 

Los manabitas saben a ciencia cierta, por larga experiencia, los estragos y males de la ausencia prolongada del agua; y los portovejenses permanentemente son presas de la desesperación por la falta de líquido en sus hogares.

Con esta oportunidad, hay que demandar de los responsables de la administración nacional y sectorial la prioridad a la conservación de las fuentes hí­dricas, a la construcción de sistemas que doten permanentemente de agua a las comunidades, observando, entre otros,  la reforestación integral de valles y montañas, el cuidado del ambiente y la reducción de la emisión de gases que destruyen la atmósfera.