Las principales afectaciones han sido identificadas en la intensificación de los desórdenes climáticos como los propios del fenómeno El Niño, cuyos más agresivos fueron los vividos en los años 1983 y 1984 y 1997 y 1998, llamados eventos centenarios y milenarios, respectivamente; también se resalta la subida del nivel del mar, la paulatina desaparición de las nieves perpetuas, la disminución de los montos de escorrentía o drenaje luego de aguaceros intensos; la presencia irreductible de enfermedades típicas del trópico, la extinción de especies de la fauna y flora, así como la aparición de poblaciones de malezas de imposible erradicación; aspectos que afectan a la agricultura y sus actividades afines y con ello el abastecimiento seguro y soberano de alimentos.

Frente al fracaso de las negociaciones internacionales  para obligar a los pueblos poderosos a bajar los efluvios de gases perniciosos como dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, lo que corresponde es emprender en programas nacionales impulsados con toda la fortaleza que caracteriza al Ejecutivo, para convivir con éxito con los traumas del clima, que efectivamente no provocamos pero que sentimos sus consecuencias de manera directa; para tal efecto hace varios meses se efectuó el lanzamiento de la Estrategia Nacional de Cambio Climático del Ecuador, ENCC 2012-2025, que se sustentaba en dos grandes pilares, la adaptación y la mitigación, pero no conocemos hasta ahora nada concreto que provoque un quiebre a los objetivos de la investigación agrícola tradicional que busque la obtención de variedades de plantas que resistan los estragos de las altas temperatura y luminosidad o sus impredecibles vaivenes, que se notan ya en las áreas cultivadas, modificando los períodos de floración con decrementos productivos que puede llevar a la hambruna nacional y a la baja de las exportaciones agrícolas, bases del bienestar colectivo.