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Bernardo Avellán Vélez
LOS BALSEROS DEL CARRIZAL

S í, los raidistas de Chone en 1930 dieron una identidad social-cultural a sus habitantes, los "Balseros del Carrizal" de los siglos XIX y XX, dieron a Calceta una identidad regional única que se suma a su ya variado acervo folclórico, que en pleno siglo XXI persiste como ícono cultural de primer orden.

Jueves 11 Julio 2013 | 00:00

Los balseros de Calceta al igual que los raidistas de Chone fueron hombres aguerridos de la campiña manabita que se caracterizaron por su ímpetu en el trabajo agrícola, una voluntad de hierro para vencer los infortunios de la vida; gente bravía e intrépida, que osaba desafiar en cada remada, el impetuoso Carrizal, río nacido en las zonas altas de las montañas de Balzar. Siendo estos aspectos humanos los que forjaron la personalidad y fama de los hombres-balseros de nuestra tierra bolivarense ante la geografía provincial.
Fueron muchos los artistas de la ciudad sin par, contemporáneos de la época, que inmortalizaron la tradicional bajada de las balsas hasta el puerto a la altura del puente rojo en San Bartolo, donde llegaban desde la entraña misma de la montaña colmada de riquezas agrícolas. Uno de estos hábiles artistas calcetenses fue el reconocido pintor Agapito Guzmán.
Los balseros de mi tierra estaban llenos del espíritu solidario de la gente manabita, encontrándolos a veces galopando en bravíos corceles sobre montura de caña en los caminos de verano. Este balsero laborioso y tenaz, suministraba semana a semana los productos que Calceta necesitaba para su desarrollo .
Cronistas calcetenses, como Primitivo Ganchozo, Ovidio Velásquez y Fernando Cevallos Ross (+), relatan en sus obras sobre los “balseros del carrizal” y su influencia en la vida cotidiana de Calceta y sus alrededores, donde enfatizan que sus balsas venían henchidas de toda clase de productos que hacían dinamizar el sector comercial, donde las tiendas y despensas se abastecían de frutas frescas tropicales, banano o plátano, leche, yuca, maní, maíz, madera, etc.
Rolando Montesdeoca Cedeño en su crónica investigativa, relata: “Del cargamento que fracasaba en las corrientes traicioneras, de las dormidas obligatorias en la arena, alumbrados por las estrellas, de los remansos que atrapaban a los desprevenidos, del típico grito de ¡La Veta! ¡La Veta!, cuando se llegaba a puerto y el palanquero no podía apegar su valiosa carga, que posteriormente negociaba en los diferentes comercios, que pululaban cual moscas ante la miel en rededor. Posteriormente, el mismo día o al siguiente, si tenían casa propia o de algún pariente, retornaba, con sus compras al hombro, a su terruño, donde su mujer y  retoños los estaban esperando con ansias”.(Tomado de: “El Último viaje del balsero” de Rolando Montesdeoca Cedeño).
 
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