Muchos asesores del gobernante no son más que gaznápiros con ínfulas de sabihondos y solo con audacia pretenden hacer gala de una ligera pátina de 2 ó 3 libros mal leídos y peor digeridos, con el fin de impresionar a su líder, resultado de lo cual es la vorágine de estupideces producidas por los torpes consejos de petulantes hacia un ignorante desequilibrado.
De haber comprendido a “El príncipe “de Nicolás Maquiavelo, en sus 27 capítulos escrito en 1.513, hubiesen entendido que el ilustre florentino no solo escribió una obra teórica, sino que se inspiró a su vez en la idea de formar un Estado en la dispersa geografía política-administrativa de la bota italiana, que tuvo su culminación en 1.861 con la unificación de toda la península que había permanecido fragmentada por infames ambiciones.
Es decir, su pensamiento se encaminó para la unidad, aún estando consciente de la idiosincrasia de cada región; en cuya misión jamás esbozó una frase en que el odio per se justificara luchas fratricidas. Además, como asesor de las casas más ilustres y poderosas de la época renacentista nunca se le ocurrió la malhadada idea de enriquecerse por sus trabajos.
Claro que no todos los consejos de Maquiavelo estaban cubiertos por el velo de la magnanimidad tomando en consideración que fue un hombre de su tiempo, por lo que en el capítulo XVII señala como interrogante que si vale más ser amado que temido, declarando que es más seguro ser temido que amado. Pero también exhortó al gobernante para que se abstuviese de apoderarse de los bienes de los ciudadanos, porque estaba muy claro que los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio, lo que cuando es olvidado por los rapaces sufren las sanciones más severas con las que puede castigar un pueblo engañado.
Hay más consejos perversos de Maquiavelo que los asesores del siglo XXI los hacen suyos y los trasladan al pazguato gobernante y es que cuando le resulta útil a quien detenta el poder, éste debe aparecer como piadoso, leal, humano, religioso, pero en su íntimo convencimiento al no poseer esas cualidades, debe actuar sin contemplación alguna contra la lealtad jurada, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión y contra todo lo que se le opusiere. Por consiguiente, la actitud mental del irresoluto gobernante se manifiesta dispuesta a cambiar como la veleta con la dirección del viento y en el sentido en que le impulsen las vicisitudes de la suerte, por lo que todos los medios están justificados para lograr el fin.
Ya no es el tiempo de Maquiavelo, sino de la democracia y de la libertad.
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