Actualizado hace: 938 días 1 hora 56 minutos
Juan Lama Ortega
¿Es casualidad nacer en la familia que nos ha tocado?

De la ley eterna de la vida conocemos que cuando se gesta un niño, se acerca un alma proveniente del más allá. También sabemos que todo es energía y que cosas iguales se atraen. Por eso los futuros padres atraen a un alma que en su vibración concuerda con ellos. Eso significa en la mayoría de los casos, que el niño y los padres tienen algo que purificar juntos; por eso los padres futuros tienen una gran responsabilidad. Ellos han de saber que han atraído a un hijo que concuerda con sus genes. Puede ser que en existencias anteriores el hijo que ha nacido haya sido alguno de sus padres y que como miembros de una familia hayan sentado juntos causas que ahora de forma kármica los encadenan. Pero estas cadenas las pueden deshacer ahora, en esta vida.

Viernes 03 Agosto 2012 | 00:00


Tan pronto como esto sucede, el hijo sigue en determinadas circunstancias su propio camino. Los implicados se reúnen primero en una familia, para limpiar su alma de acuerdo con la enseñanza de la vida y para continuar cada uno por sí mismo, lo antes posible y libremente en el camino hacia el verdadero Hogar.
Lo que vale para la relación paterno-filial se puede extrapolar también a cualquier tipo de relación entre personas que se encuentran juntos en esta encarnación en la Tierra. Éste es sin duda un aspecto muy importante de la reencarnación: No nos encontramos por casualidad con determinadas personas en el lugar de trabajo, en  la vecindad o en el gimnasio. No es casualidad que tengamos problemas con nuestro vecino o que nos entendamos mejor o peor con este o aquel compañero de trabajo. Posiblemente nos volvemos a encontrar ahora para aprovechar la oportunidad de acabar con tareas pendientes de encarnaciones anteriores, ¿cómo? Tomando en serio a nuestros semejantes, escuchándonos mutuamente, perdonándonos recíprocamente.
Si consideramos que aquello que nos sucede en esta vida tiene a menudo causas atribuibles a una encarnación anterior, veremos también a Dios de modo muy distinto. Ya no Le acusaremos tan fácilmente de porqué nos sucede esta o aquella «injusticia», y porqué nos ocurre precisamente a nosotros, sino que reflexionaremos hasta qué punto el golpe del destino que nos afecta actualmente se debe tal vez a energías negativas que emitimos en el pasado y que ahora vuelven a nosotros.
La clave está en aceptar nuestro destino y no buscar culpables a lo que cada día nos toca vivir, lo que no significa tener que resignarnos a que las cosas se mantengan inmutables, pues el destino no es algo prescrito, ya que la vida es movimiento y no hay nada estático. Dios quiere que sigamos Sus Mandamientos, Sus legitimidades, para que nos vaya bien. <

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