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J.L. Micó Buchón
Las tres navidades

Hoy nos encontramos, por lo menos con tres navidades: La primera Navidad es la más visible, porque salta por todas partes, en la calle, en los periódicos, los almacenes, la TV… Es la Navidad comercial. Para gran parte de la gente se trata de una fiesta de comprar, vender, hacer regalos.

Domingo 24 Diciembre 2006 | 17:54

Las ciudades se transforman en un inmenso mercado. Semanas antes del 25 de diciembre los escaparates deslumbran de luces y adornos y colores, invitando a comprar de todo. Papá Noel se ha convertido en un agente de ventas, y con su trineo tirado por ciervos alados se parece a una carretilla de vendedor ambulante. Uno se pregunta cómo es posible que para conmemorar el nacimiento del mayor pobre de la historia, se convierta el mundo en una feria y un supermercado que llama al consumismo. Esa Navidad ya no se refiere al nacimiento de Jesús sino a una fiesta universal del comercio. Algo bello podría quedar de esta Navidad consumista: la sonrisa de muchos niños pobres que pueden contemplar extasiados la cabalgata de los Reyes Magos, y recibir un regalo, que no reciben nunca. Eso puede redimir en algo la paganía de la Navidad comercial. La segunda Navidad es la Navidad sentimental; la de Belén, de la cena que reúne a la familia, a veces alejada, que adorna el hogar, la oficina, el despacho. Esta Navidad es más honda que la primera, crea un clima de amistad, de simpatía, regalos, felicitaciones. Sobre la aspereza de la vida que dura todo el año, a veces aún dentro del hogar o la oficina, entre la rivalidad, el desinterés de todos con todos, el recuerdo de Dios que se hizo niño, para estar más cerca de todos y acoger aun a los más lejanos, nos vuelve un poco más humanos, pensamos en los demás, cambiamos la rigidez por la sonrisa, el apretón de manos, el deseo de que todos sean felices. Lo más importante de esta segunda Navidad no es la bendición de la mesa, con manjares algo mejores, aunque no sea pavo, sino el recuerdo que nos hace Dios para que nazca la hermandad, y el abrazo, que todos necesitamos. Que nadie en Navidad se sienta solo, sin familia, sin amigos, sin una cena donde lo importante no sea lo que comemos sino la amistad, la ternura que nos brindamos. Por último, la tercera Navidad, la Navidad cristiana, la de la fe, la que trae la luz y el abrazo de Dios a los hombres. Es la contemplación del misterio de un Dios que parece de momento, muy poco Dios, al hacerse tan pobre, tan débil, tan pequeño como nosotros. Ni los judíos, que esperaban un Mesías liberador, fuerte, poderoso; ni nosotros que soñamos liberaciones desde la economía, la política o las armas, comprendemos bien la salvación por el niño desvalido de Belén, el cambo del mundo por el hijo de la muchacha virgen de Nazareth, por el modesto hogar de un carpintero sin sindicato ni contratos colectivos, pero totalmente confiado en los planes misericordiosos de Dios para con los pobres de mundo, que somos todos, aunque unos más que otros. Sólo de la cueva de Belén y del taller de Nazareth salía aquella luz que contaba Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en la región de la muerte, una luz les brilló; porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado...” Esa realidad de la gran Navidad se vive en el misterio de la fe; se simboliza y se celebra en las tres misas de Navidad; y se hace realidad en nuestra historia cuando ponemos más fe en Dios, más amor a los otros y más confianza en que el niño de Belén es el Salvador, también de nuestro loco mundo. Eso es Navidad.
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