Uno de los apasionados médicos que debutó en este intento fue el galeno manabita Emigdio Navia Aray, quien se esforzó por crear y fortalecer la donación y un banco de córneas, sin lograr su cometido por su prematura desaparición, pero dejó impresa su inquietud que ha avanzado satisfactoriamente.
A tal punto que la idea se concretó con la aprobación de una ley por parte de la Asamblea Nacional, que dispone que todos los residentes legales en el país, ecuatorianos o extranjeros, mayores de 18 años, son donantes obligados una vez que mueran, al menos que hayan expresado lo contrario, objeción que debe constar en la cédula de identidad.
Si bien es una ley que facilitará la salvación de muchas vidas, creemos que la obligatoriedad a la donación no es una disposición bien concebida, puesto que forma una figura impositiva que apresura al ciudadano inconforme a realizar una acción expresa de negación a algo que tácitamente se entiende no debe suceder.
Porque lo normal es que si alguien fallece es sepultado con sus órganos intactos, a no ser que el motivo del deceso lo impida o que el fallecido voluntariamente así lo haya dispuesto, existiendo también el caso de la cremación de sus restos, decisión que debe quedar taxativamente establecida.
Pero no lo contrario. Obligar al ciudadano que diga que no quiere ser donante es como que tuviera también que dejar en su cédula establecido que no es delincuente, procedimiento trastocado que rompe el sentido de la lógica, pues la naturaleza los forma inocentes hasta que la sociedad los corrompe. En la cédula debe constar es que sí se acepta ser donante no lo contrario.
El Presidente Correa debe corregir esa equivocada propuesta.